En la educación y en las relaciones se suele
utilizar la culpa para que unos hagan lo que otros pretenden. Si un padre le
dice a su hijo: “¿No te da vergüenza lo que acabas de hacer?”, le está
“invitando” a sentirse culpable y a que haga lo que él entiende como mejor.
A los padres y a las madres también puede
invadirles la culpa. Por ejemplo, si los hijos no estudian o tienen
comportamientos inadecuados. Ante esas conductas, quizá piensen que podrían
haber actuado de otra manera cuando eran pequeños y se sienten culpables por no
haberlo hecho.
La culpa aparece cuando se produce un choque
entre el modelo ideal de conducta interiorizado y lo que se hace en realidad.
Cuando alguien está atrapado en la culpa, no se gusta, se descalifica, se
tortura y se siente incapaz de tomar las riendas de su vida.
En la vivencia de culpa a los niños (y a los
mayores también), se les presenta el miedo a que las personas cercanas no les
quieran, pues no se consideran merecedores de su amor. Como para ellos sentirse
queridos es fundamental, tenderán a hacer lo que sus padres, amigos, etc. les
digan para, así, contar con su cariño, aunque el pago sea ceder o anular una
parte de sí mismos.
Para abandonar el sentimiento de culpa es
necesario dejar la mentalidad dual (las cosas están bien o mal, son blancas o
negras). Para ello se aceptará que las cosas están como están y que cada
persona da la mejor respuesta que puede a cada situación. No estar acertado
ante un problema no implica que haya que sentirse culpable por ello, pues ese
“error” se convierte en una ayuda para aprender.
Conviene renunciar al perfeccionismo pues, al
darse un nivel de exigencia muy alto para uno y para los cercanos, se repara
más en lo que falta por hacer que en lo realizado y se tenderá a culpabilizar a
los demás o a uno mismo de ello. Se asumirá que el compromiso de cada persona
es intentar hacer las tareas lo mejor que se pueda, pero no perfectas, dado que
la perfección no es posible.
Se precisa que cada uno asuma la
responsabilidad de gestionar sus emociones y educar a los hijos en esa
dirección. Si se hace así, se empiezan a dejar las dependencias emocionales y
sufrimientos como la culpa. Entonces ya no se busca tanto el apoyo y el cariño
de los demás, porque uno se valora y se quiere a sí mismo; ya no se necesita la
aprobación de los otros, ni le afectan sus comentarios, porque se tiene
seguridad y coherencia interna.
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