Tu distancia a tu dolor, a tu duelo, a tus heridas no curadas, es
tu distancia a tu pareja.
STEPHEN y ONDREA LEVINE, En brazos del amado
El mayor anhelo que tenemos muchos de nosotros es enamorarnos y
tener una relación de pareja feliz. No obstante, debido al modo en
que se suele expresar inconscientemente el amor en las familias,
nuestra manera de amar puede consistir en compartir la infelicidad de
nuestros padres y abuelos, o repetir sus pautas.
En este capítulo vamos a estudiar las lealtades inconscientes y
las dinámicas ocultas que limitan nuestra capacidad para tener
relaciones de pareja satisfactorias. Nos preguntaremos una sola cosa:
¿estamos verdaderamente disponibles para un compañero o compañera?
Por mucho éxito que tengamos en la vida, por maravillosas que sean
nuestras dotes de comunicación, por muchos retiros para parejas a
los que hayamos asistido, o por muy bien que entendamos nuestras
propias pautas de evitación de la intimidad, podemos llegar a
distanciarnos de la persona a la que más queremos si seguimos
enredados con nuestra historia familiar. En tal caso, repetiremos
inconscientemente
las pautas familiares de carencia afectiva, desconfianza, ira,
retraimiento, cerrazón, ausencia o abandono, y culparemos de nuestra
infelicidad a nuestra pareja, cuando el verdadero origen de esta
infelicidad está dentro de nosotros.
Muchos de los problemas que aparecen en una relación de pareja no
surgen de la pareja misma. Proceden de dinámicas que existían en
nuestras familias desde mucho antes de que naciésemos nosotros
siquiera.
Por ejemplo, si una mujer murió al dar a luz a un hijo, la ola de
las repercusiones puede inundar de miedo e infelicidad inexplicadas a
los descendientes de la familia. Es posible que las hijas y las
nietas tengan miedo a casarse, pues con el matrimonio vienen los
hijos, y con los hijos puede venir la muerte. A primera vista, quizá
digan que no les apetece casarse ni tener hijos. Tal vez afirmen que
no han encontrado al hombre ideal, o que tienen demasiado trabajo
para atender a una familia. Pero, detrás de sus quejas, su lenguaje
nuclear contaría una historia distinta. Sus frases nucleares, en las que resuena la historia
familiar, podrían decir algo así: «Si me caso, pueden pasar cosas
terribles. Podría morirme. Mis hijos se quedarían sin mí. Estarían
solos».
También pueden quedar afectados los hijos y nietos varones de la
misma familia. Quizá teman comprometerse con una mujer, pues la
sexualidad de ambos podría conducir a la muerte de ella. Las frases
nucleares de ellos serían algo así: «Podría hacer daño a
alguien, y sería culpa mía. No me lo perdonaría jamás».
Los miedos de este tipo acechan en un segundo plano de nuestras
vidas e impulsan de manera inconsciente muchas de las conductas que manifestamos y de las decisiones que tomamos
y que no tomamos.
Una vez trabajé con un hombre, llamado Seth, que se calificaba a
sí mismo de «servil», y al que aterrorizaba la idea de hacer una
cosa mal hecha que desilusionara a sus personas más allegadas. Temía
que, si estaban descontentas, lo rechazarían y lo abandonarían.
Tenía miedo a morir solo, apartado de todos. Impulsado en secreto
por este miedo, solía acceder a hacer lo que no quería y a decir lo
que no pensaba. Solía decir que sí cuando pensaba que no; y otras
veces, como reacción a su rabia hacia las personas a las que
intentaba agradar, decía que no cuando quería decir que sí. Vivía
casi siempre una vida falsa y culpaba de su infelicidad a su esposa.
Intentando huir de esta pauta, abandonó a su esposa, pero recreó la misma pauta con su
pareja siguiente. Seth solo pudo encontrar la paz con una pareja
cuando comprendió cómo se manifestaban sus miedos en sus relaciones
personales.
Dan y Nancy
Dan y Nancy, ambos de cincuenta y tantos años, eran una pareja de
profesionales de éxito y parecía que lo tenían todo en la vida.
Dan era director ejecutivo de una institución financiera importante
y Nancy era administradora de un hospital. Ambos eran orgullosos
padres de tres hijos con estudios universitarios y a los que iba todo
bien. Ahora que los hijos habían dejado el nido familiar, Dan y
Nancy tenían que afrontar el hecho de que se habían empañado sus
ilusiones de disfrutar de un retiro dorado. Su matrimonio tenía
problemas. «Hace más de seis años que no tenemos relaciones
sexuales», explicaba Nancy. «Vivimos como extraños». Dan había
perdido el deseo sexual hacia Nancy años atrás, aunque no recordaba
exactamente cuándo. Dan quería seguir casado con Nancy, pero ella
no lo tenía claro a esas alturas. Ambos habían recurrido sin éxito
a asesoramientos familiares de todo tipo, civiles y religiosos.
Vamos a estudiar las dificultades de la relación de pareja de Dan
y Nancy desde los planteamientos del lenguaje nuclear.
El problema (la queja nuclear)
Oigamos el lenguaje nuclear de la queja de Nancy: «Tengo la
sensación de que ya no le intereso. Está distante gran parte del
tiempo. No me presta la atención suficiente, y rara vez me siento
conectada a él. Siempre parece que le interesan más los hijos que
yo».
Oigamos ahora el lenguaje nuclear de Dan: «Siempre está
descontenta conmigo. Me culpa de todo. Quiere más de lo que le puedo
dar yo».
A primera vista, estas palabras son un ejemplo más de las quejas
comunes que solemos ver en los matrimonios. Pero examinadas con mayor
atención, las palabras de ambos constituían un mapa que nos
conducía hacia una fuente de descontento que no se había observado.
El mapa de Dan y de Nancy conducía a lo que estaba pendiente de
resolver en los sistemas familiares de ambos.
Para descubrir el mapa del lenguaje nuclear de un problema de
pareja, recurrimos de nuevo a las cuatro herramientas y hacemos
cuatro preguntas. A continuación, escucharemos con atención lo que
se desvela.
Las preguntas
1. La queja nuclear: ¿Cuál es tu mayor queja respecto de tu
pareja? Esta pregunta es el punto de partida. La información que
proporciona suele estar relacionada con las cuestiones no resueltas
que tenemos con alguno de nuestros progenitores, o con ambos.
Proyectamos esas cuestiones no resueltas sobre nuestra pareja. Ya
seamos varón o mujer, parece que podemos aplicar una regla general:
Lo que sentimos que no recibimos de nuestra madre, lo que queda por
resolver en nuestra relación con ella, suele preparar el terreno
para lo que vivimos con nuestra pareja. Si hemos sentido que nuestra
madre era distante, o si hemos rechazado su amor, también será
probable que nos distanciemos del amor de nuestra pareja.
2. Los descriptores nucleares: ¿Con qué adjetivos y frases
describirías a tu madre y a tu padre? Con esta pregunta estamos
buscando las lealtades inconscientes y los modos en que nos hemos
distanciado de nuestros padres. Cuando redactamos una lista de
adjetivos y de frases con las que describimos a nuestros padres,
accedemos al núcleo de nuestros sentimientos más profundos. Allí
podemos encontrar resentimientos y acusaciones que muchos seguimos
albergando hacia nuestros padres. Cuando proyectamos nuestras
inquietudes internas sobre nuestra pareja, estamos accediendo a ese
mismo depósito inconsciente de
experiencias de la infancia. Los descriptores nucleares nos brotan
a muchos de nosotros de imágenes de la infancia en las que nos
sentimos despojados o insatisfechos. Podemos tener la sensación de
que los padres no nos dieron lo suficiente o de que no nos querían
como debían. Cuando portamos imágenes como estas, en las que
culpamos a nuestros padres del descontento que sentimos, es raro que
nos vaya bien en nuestras relaciones de pareja. Vemos a nuestra
pareja a través de una lente antigua y distorsionada, esperando
desde el principio que nos privará del amor que necesitamos.
3. La frase nuclear: ¿Cuál es el peor de tus miedos? ¿Qué es
lo peor que te puede pasar? Como vimos en el capítulo 8, de la
respuesta a esta pregunta se deduce nuestra frase nuclear, el miedo
nuclear que nos resuena desde un trauma de nuestra infancia o de
nuestra historia familiar que está sin resolver. Seguramente sabrás
ya, a estas alturas, cuál es tu frase nuclear. ¿Qué efecto puede
tener tu frase nuclear en el sentido de limitar tu relación de
pareja? ¿Cómo puede afectar a tu capacidad para comprometerte con
un compañero sentimental?
¿Eres capaz de mantener la vulnerabilidad cuando estáis juntos?
¿O te cierras, por miedo a hacerte daño?
4. El trauma nuclear: ¿Qué hechos trágicos sucedieron en tu
historia familiar? Como hemos visto en
capítulos anteriores, esta pregunta nos amplía el encuadre con
el que vemos nuestro sistema familiar y nos permite identificar las
pautas transgeneracionales que afectan a nuestras relaciones de
pareja. Es frecuente que los problemas de una pareja procedan de las
historias familiares de sus miembros. En muchos casos, los disgustos
conyugales y los conflictos de pareja se pueden remontar a lo largo
de varias generaciones en el genograma familiar. Tras formular cada
una de estas preguntas, atendemos a las palabras dramáticas y con
carga emocional que surgen. Los traumas familiares suelen aparecer
expresados en nuestro lenguaje verbal, donde nos aportan palabras
claves y pistas significativas que nos guían hasta el origen de
dichos traumas.
Ahora que conocemos la estructura, vamos a escuchar una parte del
lenguaje nuclear de Dan y de Nancy. A los pocos momentos de iniciar
la sesión de trabajo conmigo, los dos se habían enzarzado en un
bombardeo mutuo de acusaciones. Después, llegó el momento de oír
las descripciones que hacían de sus padres.
Adjetivos y frases (los descriptores nucleares)
Nancy, sin ser consciente de ello, describía a su madre en
términos similares a los que empleaba para describir a Dan: «Mi
madre era distante emocionalmente. Yo no me sentí conectada con ella
nunca. Jamás podía acudir a ella cuando necesitaba algo. Cuando yo
lo intentaba, ella no sabía cuidar de mí». Parecía ser que las
cuestiones no resueltas de Nancy con su madre recaían de lleno sobre
Dan.
La relación no resuelta de Nancy con su madre no era el único
factor que afectaba al vínculo de aquella con Dan.
Todas las mujeres de la familia de Nancy estaban descontentas con
sus maridos. «Mi madre estuvo siempre insatisfecha con mi padre»,
decía Nancy. Esta pauta se remontaba también a la generación
anterior. La abuela de Nancy llamaba a su marido, el abuelo, «ese
alcohólico hijo de perra e inútil».
Imagínate el impacto que tendrían estos apelativos sobre la
madre de Nancy. Esta se había criado en solidaridad con la abuela, y
no habría tenido muchas oportunidades de ser feliz con su marido, el
padre de Nancy. ¿Cómo iba a tener más que su madre? Aunque hubiera
estado satisfecha con el padre de Nancy, ¿cómo iba a comunicar esa
felicidad a su madre, cuando la abuela había sufrido tanto con el
abuelo? En vez de ello, había llevado adelante la pauta,
inconscientemente, tratando al padre de Nancy con intolerancia.
Dan, por su parte, decía que su madre era muy depresiva y muy
nerviosa. Cuando era pequeño, sentía que debía cuidar de ella.
«Ella necesitaba mucho de mí... necesitaba demasiado de mí», dijo
Dan. Se miró las manos, que tenía unidas en el regazo, y añadió:
«Mi padre siempre estaba trabajando. Yo sentía que tenía que dar a
mi madre la atención que él no podía darle». Dan explicó también
que su madre había estado ingresada a veces, con ataques de
depresión aguda. En vista de la historia familiar, quedaban claras
las causas de las dificultades de su madre. La abuela de Dan había
muerto de tuberculosis cuando su hija, la madre de Dan, tenía solo
diez años. La hija había quedado devastada por la pérdida. Hubo una nueva pérdida cuando
murió el hermano menor de Dan, siendo recién nacido. Entonces la
madre de Dan pasó seis meses ingresada y recibió tratamientos de
terapia electroconvulsiva (electrochoque). Por entonces, Dan tenía
diez años.
Para agravar las cosas todavía más, Dan también se sentía
distanciado de su padre. Dijo que su padre era «débil e
incompetente». «Mi padre no fue capaz de ser hombre para con mi
madre». Dan contó que su padre, inmigrante ucraniano y trabajador
no cualificado, pertenecía a una clase social inferior a la de la
madre de Dan. «Nunca estuvo a la altura de los hombres de la familia
de la madre de ella, que eran profesionales y tenían estudios». Dan
había cortado su conexión con su padre por sus juicios de valor.
Cuando un hombre rechaza a su padre, se distancia, sin saberlo, de
la fuente de su masculinidad. El hombre que admira a su padre y lo
respeta suele sentirse cómodo con su fuerza masculina, y es más
probable que emule los rasgos de su padre. En el entorno de la
relación de pareja, esto puede traducirse en sentirse cómodo con el
compromiso, la responsabilidad y la estabilidad. Lo mismo sucede con
las mujeres. La mujer que ama a su madre y la respeta suele sentirse
cómoda con su feminidad y tiene más probabilidades de manifestar en
su relación de pareja los rasgos que admira en su madre.
Dan también se había distanciado de su padre por otro motivo.
Había adoptado el papel de confidente de su madre y, sin saberlo,
había invadido un terreno que pertenecía a su padre. Aunque Dan no
había elegido aquella situación de manera consciente, tenía la
sensación de que le correspondía la tarea de cuidar de su madre,
cosa común en muchos chicos que notan la necesidad de su madre. Él
sentía cómo se alegraba su madre cuando él la cuidaba y, por otra
parte, cómo se cerraba cuando estaba presente su padre. Dan, al
verse preferido por su madre, aprendió a sentirse superior a su
padre.
Dan llegó a adoptar, incluso, los sentimientos de desaprobación
de su madre hacia su padre. Al rechazar a su padre, Dan no solo se
desconectaba de su propia fuerza masculina, sino que preparaba
inconscientemente el terreno para reproducir más tarde una dinámica
similar en su matrimonio con Nancy. Dan se convirtió en un marido
«débil e incompetente», como su padre.
Nancy tampoco había sido capaz de asimilar la fuerza femenina de
su madre. En algún momento de su infancia, había tomado la decisión
de dejar de recurrir al apoyo de su madre. Cuando Nancy abandonó por
fin el hogar de su infancia, llevaba consigo la sensación de que no había recibido
lo suficiente, y culpaba a su madre de no haberle proporcionado la
atención que ella ansiaba. Aquella flecha de descontento apuntaría
más adelante a Dan. Nancy consideraría que Dan tampoco había sido
capaz de darle el apoyo que ella necesitaba.
Mientras Dan y Nancy criaban a sus hijos, podían olvidar lo
demás, atendiendo a las necesidades de la familia.
Pero ahora que los hijos ya no estaban, quedaba claramente visible
la dinámica subyacente. Dan y Nancy apenas aguantaban juntos.
Dan se calificaba a sí mismo de «muerto sexualmente» para con
Nancy. «He perdido todo el interés por el sexo», decía. En cuanto
se puso a explorar su relación temprana con su madre, entendió el
porqué. Dar a su madre la atención y el consuelo que necesitaba no
era tarea propia de un niño. Era una responsabilidad excesiva. Jamás
habría podido darle lo que necesitaba, ni haberle quitado de encima
todo su dolor. Por el contrario, se sentía inundado por el amor de
su madre. Las necesidades de ella lo habían abrumado.
Cuando Dan se quejaba de que Nancy quería demasiado de él, en
realidad no se estaba refiriendo a Nancy. Estaba hablando, inconscientemente, de las necesidades no cubiertas de su
madre. Dan había confundido su intimidad con Nancy con la intimidad
enmarañada que había vivido de niño. Se resistía hasta a los
deseos y necesidades más naturales de Nancy. Para protegerse de lo
que percibía como unas exigencias abrumadoras, Dan se había cerrado
ante Nancy, diciendo «no» a las peticiones de esta aunque en
realidad quería decir «sí».
Los problemas de Dan y de Nancy se entrelazaban entre sí de
manera sincrónica. Era como si el destino los hubiera unido a los
dos para que se curaran con su matrimonio. Es frecuente que las
personas elijan a parejas que les reactivarán las heridas. Así
pueden contar con la oportunidad de ver, reconocer y sanar las partes
dolorosas y reactivas de sí mismos. La pareja elegida refleja, como
un espejo perfecto, lo que está en el núcleo de su compañero sin
que este lo reconozca ni lo resuelva. ¿Quién mejor que Dan para
aportar a Nancy el amor emocionalmente distante que esta necesitaba
para completar sus cuestiones pendientes con su madre? ¿Y quién
mejor que Nancy para aliviar a Dan las carencias insaciables que
había vivido este de niño, para ayudarle a curar la herida que
tenía con su madre?
El peor de los miedos (la frase nuclear)
Dan dijo que el peor miedo que tenía en la vida era el de perder
a Nancy. «Mi peor pesadilla sería perder a la persona que más
quiero. Temo que Nancy se muera, o que me deje, y tener que vivir sin
ella». Los ecos de esta frase nuclear se habían sentido
dolorosamente en la generación anterior, cuando la madre de Dan
había perdido, a su vez, a su madre cuando tenía diez años. La
madre de Dan había reproducido aquella experiencia de «perder a la
persona que más quería» con la muerte de su hijo recién nacido.
Aquellas pérdidas se reflejarían más tarde en el mayor de los
miedos de Dan. Aunque era Dan quien portaba aquel miedo, en realidad
había sido su madre quien había tenido que vivir sin las personas a
las que más quería. Dan reconoció en seguida que su frase nuclear
había surgido en su madre.
La pauta había proseguido en la generación siguiente. Cuando Dan
tenía diez años (la misma edad que tenía su madre cuando murió la
abuela), había perdido a su madre, a «la persona que más quería»,
durante seis semanas, cuando la ingresaron por lo que los médicos
habían llamado «una crisis nerviosa». Dan también recordaba, en
fechas aún más tempranas, ocasiones en que su madre caía en la
depresión y dejaba de prestarle atención. En aquellas ocasiones se
sentía solo y abandonado.
También podía hacerse remontar a una época anterior la frase
nuclear de Nancy: «Me quedaré atrapada en un matrimonio horrible y
me sentiré sola». Estaba claro que aquella frase pertenecía a la
abuela de Nancy, casada con el abuelo alcohólico, al que se culpaba
prácticamente de todos los males de la familia. Si hubiésemos
podido remontarnos una generación más, quizá habríamos visto que
la abuela de Nancy había tenido, a su vez, una relación difícil
con su madre, o que la bisabuela reproducía una pauta similar de
sentirse atrapada en un mal matrimonio con su marido. Por desgracia,
se había perdido para la historia toda información más allá de
los abuelos. Pero lo más probable es que en cada generación nos
encontrásemos con una niña desconectada de su madre, o criada por
unos padres que estaban desconectados entre sí. Cuando Nancy hubo
comprendido esto, pudo elegir entre seguir repitiendo la pauta con
Dan, o aprovechar la oportunidad para curarla. Nancy estaba dispuesta
para la curación.
La historia familiar (el trauma nuclear)
A nivel de sistema familiar, Dan repetía la experiencia de su
padre compartiendo la sensación de este de castración en su
matrimonio. Nancy repetía la experiencia de su madre y de su abuela
sintiéndose «insatisfecha» con su marido. Vamos a ver los sistemas
familiares de ambos.
El cuadro general
Tal como nos ilustran las historias familiares de Dan y de Nancy,
los conflictos de nuestras relaciones de pareja se suelen haber
puesto en marcha desde mucho antes de que hayamos conocido siquiera a
nuestra pareja.
Nancy pudo ver que la fuente de su sensación de «no recibir lo
suficiente» no era Dan. Aquella sensación había surgido mucho
antes, con su madre. Del mismo modo, Dan fue capaz de ver que Nancy
no era el origen de su sensación de que una mujer «le pedía
demasiado». También aquella sensación había surgido mucho antes,
con la madre de él.
Nancy comprendió también que cualquier hombre que se casara con
una mujer de su familia no se sentiría apreciado. De hecho, Dan
había tenido que cargar con tres generaciones de insatisfacción
conyugal en la familia de Nancy.
Cuando ambos hubieron reconocido que cada uno había traído a la
relación sus respectivas cuestiones no resueltas, se rompió la
maldición y empezó a disolverse la nube de las culpas. Las
proyecciones y las acusaciones que antes se dirigían el uno al otro,
las entendían ahora en el contexto más amplio de sus historias
familiares. Cuando salió a la luz el cuadro general, empezó a
disolverse la ilusión de que el responsable del descontento de cada
uno de los miembros de la pareja era el otro.
Casi de inmediato, los dos pudieron verse mutuamente bajo una
nueva luz. Dan y Nancy pudieron redescubrir los sentimientos tiernos
que los habían unido en un primer momento. No solo empezaron a
manifestarse más bondad y generosidad el uno al otro, sino que
volvieron a hacer el amor.
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