Este Blog es especial, es en homenaje y honrando la memoria de mi amado hijo Adrián, mi amor puro y verdadero, mi Ángel de Amor y Luz❤ ❤ ❤ Mi hijo nació el 10 de Mayo de 1985❤ ❤ ❤ Hizo su transición el 3-12-2016.❤ ❤ ❤ Hijo mío amado, tú has sido el sentido de mi vida, por eso te voy a tener presente todos los días del resto de mi vida. ❤❤ ❤ Honrando la memoria de mi hijo: recordando su vida y su luz.❤ Perder a un hijo es una de las experiencias más dolorosas que una madre pueden enfrentar. Es un dolor desgarrador, que deja un vacío en el corazón que nunca se podrá llenar. Sin embargo, a pesar de esta gran pérdida, siempre habrá una forma de honrar su memoria y mantener vivo su legado.❤
Hijo amado, tengo tu nombre tatuado en mi corazón y Alma, tu voz grabada en mi mente, tu olor en mi memoria y tu sonrisa en mi recuerdo. ❤ ❤ ❤ Si la cicatriz es profunda es porque el amor fue y es inconmensurable. ❤ ❤ ❤ Seguir adelante es una empresa difícil cuando se perdió lo que llenaba todo de sentido. ❤❤ ❤ En cada acto de amor, está tu nombre. ❤❤ ❤ Hijo, te extraño, tanto...Mi Amor puro y verdadero. Eres amado siempre.❤❤ ❤
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martes, 25 de septiembre de 2018

Etapas del duelo



Emociones encontradas
Como la lista de las cinco etapas varía un poco dependiendo de la fuente, decidieron examinar incredulidad, anhelo, rabia, depresión y aceptación.
Durante tres años recogieron información para el Estudio del Duelo de Yale. En total, 233 personas fueron entrevistadas aproximadamente seis, 11 y 19 meses después de que un ser amado (usualmente el/la esposo/a) había muerto.
Aquellos cuyos familiares habían tenido una muerte violenta o estaban sufriendo lo que se conoce como duelo complicado fueron excluidos.
El panorama resultante fue más complejo que lo que las cinco etapas dejan ver.
Los investigadores encontraron que la aceptación era la emoción más fuerte en general mientras que la incredulidad era muy baja.
La siguiente emoción en términos de intensidad era el anhelo, y la depresión era más evidente que la rabia en todas las etapas.
Además, las emociones no remplazaban una a la otra en una secuencia ordenada; el punto más alto de cualquiera de esas emociones sí llegaba en la secuencia correcta, pero una persona en la tercera fase, por ejemplo, sentía más aceptación que rabia.
Después de seis meses, los investigadores notaron que todas las emociones negativas empezaban a declinar, pero eso no quiere decir que la gente ya había superado las secuelas de la tragedia.
Es común extrañar profundamente a los muertos durante muchos años, pero la mayoría de gente lo sobrelleva.
Hay que tener en cuenta además que por razones éticas los investigadores sólo empezaban las entrevistas un mes después de la muerte del ser querido, así que no tenían datos de esas primeras semanas, que pueden incluir emociones conflictivas.
El tiempo cura
Un estudio (3) publicado unos años más tarde incluyó la reacción a las muertes violentas, pero en este caso quienes estaban en duelo eran estudiantes universitarios, así que la mayoría había perdido familiares menos cercanos que la pareja.
Nuevamente, las fases no se sucedían con precisión, aunque los investigadores encontraron que la angustia era más alta antes y la aceptación llegaba más tarde.
Pero a diferencia del otro estudio, no le hicieron seguimiento a la gente a través del tiempo. Capturaron un momento, así que no podían saber si los individuos estaban pasando por las etapas. Sólo podían afirmar que quienes habían sufrido la pérdida hace seis meses tendían a ser diferentes a los que lo habían experimentado hacía un año.
Otro estudio confirmó que la gente mayor no responde de una manera establecida. George Bonanno, de la Universidad de Columbia, le hizo seguimiento a individuos antes de la pérdida, inscribiendo a parejas de edad avanzada en el estudio y luego revisando los obituarios en el diario local.
Encontró que un 45% genuinamente no experimentaron angustia severa tras la muerte de su esposo/a, ni tampoco al pasar el tiempo: 10% de los/las viudos/as incluso mostraron señales de mejoría en su estado de salud.
El estudio de Bonanno, publicado el año pasado (4), confirma que no existe un patrón establecido.



viernes, 1 de junio de 2018

Los huérfilos: Cómo poner palabras al dolor de perder a un hijo

SARA LOSANTOS, PSICÓLOGA DE FMLC

En este artículo me gustaría hacerme eco de un reportaje publicado recientemente en el diario El Mundo, donde se hablaba de una petición promovida por un grupo de padres que han perdido a un hijo, a quienes apoyaba un gran número de personajes famosos que han querido prestar su imagen para apoyar su causa.

Este colectivo ha dirigido una carta a la Real Academia de la Lengua Española para solicitar que incluyan una palabra capaz de poner nombre a una condición que no lo tiene o, al menos, no lo tiene en castellano: la condición del padre o la madre cuyo hijo o hija ha muerto. La palabra que ellos proponen para definir esta situación es “huérfilo”y han iniciado una campaña en la plataforma Change.org para recoger firmas que apoyen esta petición.

Poner palabras a la experiencia del duelo

Esta campaña me da pie para hablar de la importancia de poner palabras al dolor que genera la pérdida de un ser querido: no sólo en el caso de padres que han perdido hijos, sino ante cualquier pérdida.
Cada vez nos encontramos con más gente que siente la necesidad de poner palabras a su experiencia. Esto era algo que los psicólogos reclamábamos antes en solitario y ahora es un clamor de toda la sociedad, como bien refleja la crónica de El Mundo. En este contexto, podemos considerar la petición de los “huérfilos” un avance importante, dado que la población empieza a estar sensibilizada con la necesidad de “hablar” del duelo y ponerle palabras a lo inexplicable, frente al tabú de no mencionarlo.
La forma en que cada uno pone palabras al dolor requiere respeto a la diferencia inherente a la unicidad de cada caso, porque lo que es válido y útil para una persona puede no serlo para otra. Más allá del éxito que le deseamos a esta campaña, queremos proponer dos métodos para ayudar a los dolientes a poner palabras al dolor.

Terapia para expresar el dolor

El primero de ellos es la terapia convencional basada en la palabra, que consiste fundamentalmente en crear un espacio protegido donde el individuo se sienta cómodo para expresar lo que siente y poner en palabras su experiencia de pérdida.
La base de esta terapia es la escucha, que permite centrar la atención en los matices de la pérdida de cada uno de los dolientes que se acercan a la terapia.
La terapia permite ser visto, ser reconocido, ser legitimado. La palabra pone límites al dolor porque lo acota y permite el desahogo emocional. Existen distintos tipos de terapia eficaces en el tratamiento del duelo y algunas personas se adaptan mejor a unas que a otras.

La escritura como terapia

Cada uno afronta el duelo de la mejor manera posible. Todos hacemos lo que podemos ante el dolor: hay quien hace más ejercicio y le sirve; hay quien pide que le manden medicacióny le funciona; y hay quien desahoga su dolor escribiendo.
Escriben tanto profesionales de la escritura como aficionados. Algunos llegan a publicar sus materiales y otros no. De entre los que consiguen publicar esos manuscritos, algunos lo viven con una mezcla de pudor y de orgullo, pero todos ellos afirman que les sirvió a modo de terapia y que ponen su experiencia al servicio de otros que estén pasando o vayan a pasar por su misma situación para que les sirva de guía.
Ese fue el caso de Pedro Alcalá, autor de “La mujer que me escucha”, un libro que escribió como homenaje y como parte de su paso por la terapia en la Fundación Mario Losantos del Campo. Su testimonio es un relato desgarrador y salvaje, “sin adornos”, de la que fue su experiencia de pérdida y puede leerse aquí.
Estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda psicológica gratuita, no dudes en consultar nuestra página web:

martes, 29 de mayo de 2018

Por qué se complica el duelo por un hijo

Una posible respuesta a esta pregunta es que, detrás del duelo no resuelto o cronificado, esté esa idea preconcebida de que un padre no debe sobrevivir a un hijo, que un padre o una madre no tiene derecho a volver a ser feliz después de una pérdida así. Quizás por esto muchos de los padres que han sobrevivido a la muerte de un hijo y lo han superado experimentan un cierto pudor.
Otra posibilidad es que al duelo por la muerte de un hijo se le sumen bloqueos o vacíos que el hijo llenaba; o que la pérdida haya sido muy traumática; o que en ese momento no tenga espacio en el esquema mental de la persona que vive la pérdida la muerte. Porque, en principio, la pérdida de un hijo se puede superar.
Seguiremos hablando de este tema en próximos artículos. Estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda psicológica gratuita, no dudes en consultar nuestra página web:

El duelo: Atender los síntomas de estrés postraumático

Una de las características que va a tener este duelo -junto con el dolor añadido de la muerte- es la posibilidad de desarrollar un estrés postraumático completo o alguno de sus síntomas (reexperimentación del accidente, insomnio, embotamiento emocional, sensación de desapego de la realidad, irritabilidad, hipervigilancia). Para ayudar a la persona afectada, habrá que estar pendiente de la aparición de estos síntomas, al tiempo que se atienden sus necesidades en el duelo inmediato.
A esto también puede unirse la sensación de falta de realidad de la muerte por parte del doliente. Por tanto, la ayuda psicológica principal irá encaminada a ayudarle a elaborar la realidad de la pérdida, que es la primera tarea del duelo. Para ello será especialmente importante rememorar junto a él cómo recibió la noticia, cómo reaccionó él y su entorno, o cómo fueron los ritos de despedida (funeral, entierro).
En las horas inmediatamente posteriores a la catástrofe, los profesionales sanitarios pueden prestar ayuda a los familiares con su acompañamiento y escucha, mostrando interés y cuidado, y atendiendo tanto su dolor como el posible  bloqueo que surja en los primeros momentos.

Sensaciones habituales tras una pérdida traumática

Otras sensaciones también frecuentes son los sentimientos de culpabilidad. Es habitual que el doliente fantasee con finales diferentes, con distintos “Y si” (“Y si hubiera venido al día siguiente”, “Y si no hubiera cogido el tren”, etc.), manteniendo vivo al fallecido  en su pensamiento y, por tanto, bloqueando la primera tarea.
Para desbloquearla, es útil que el doliente vuelva a la realidad de lo ocurrido y contextualice el momento de la muerte, es decir, que no se ciña solo a cómo fue ésta, sino también a qué ocurrió días antes, cómo estaba el fallecido, cómo eran sus vidas… de modo que pueda aceptar que los accidentes pasan, que no dependía de él lo que ocurrió. La elaboración de este tipo de pérdida va a tener mucho que ver con aceptar que las cosas ocurren, que no están bajo nuestro control y que en los accidentes casi siempre intervienen multitud de factores.

Cómo podemos ayudar a una persona en duelo

  • • La primera de las ayudas básicas que podemos proporcionar a alguien que está en duelo es ofrecerle nuestro interés y nuestra apertura a la comunicación; mostrarnos interesados y abiertos a lo que la persona quiere compartir. Es importante ser conscientes de que nada de lo que podamos decir va a aliviar instantáneamente el dolor de la persona.
  • • El duelo duele y que exista dolor es parte inherente del proceso. Escuchar realmente a alguien que está sufriendo, estar a su lado de forma auténtica, con cariño y cuidado es una ayuda fundamental y de gran valor. Si no se sabe qué decir, es mejor no decir nada. Reconforta más un acompañamiento en silencio o una mano en el hombro que una frase hecha.
  • • Se suele menospreciar el poder de la escucha y del acompañamiento, como si no fuera suficiente. Sin embargo, estar al lado de alguien que sufre, validar con nuestra atención todo aquello que está viviendo, le ayudará a andar el camino del duelo. Permitir al doliente poner palabras al dolor, expresarse con el llanto o el enfado, o compartir cómo está afrontando su pérdida le va a ayudar a elaborar las tareas del duelo de una manera casi espontánea.
  • • Resulta también un gran apoyo ofrecer ayudas más específicas: concretar el “Llámame cuando quieras” o “Estoy aquí para lo que necesites”. En su lugar, podemos ofrecernos para ayudarle en tareas cotidianas que, tras la pérdida, puedan resultar más complicadas de abarcar (ir al banco, gestiones administrativas), así como tomar la iniciativa para llamar al doliente y quedar con él.
  • • Dejarse guiar por el respeto a la vivencia del otro (cada duelo es único, y tiene diferente duración según la persona) y estar junto al doliente desde la autenticidad son dos factores clave en la ayuda en el duelo.
Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda gratuita, no dude en consultar nuestra página web: www. fundacionmlc.org



El duelo por muerte inesperada y traumática





El duelo causado por una muerte traumática

Es imposible sustraerse a la magnitud del impacto emocional que provoca una catástrofe de grandes dimensiones como puede ser un atentado, o un accidente de tren o de avión. Sin embargo, como expertas en duelo, nos sentimos responsables de poder aportar algo de consejo, alivio y ayuda práctica a las víctimas de la tragedia, en la medida de nuestras posibilidades.


Cuando se produce una tragedia de estas características, hay muchas personas que se unen al dolor de las víctimas y que quieren ayudarlas. Nosotros queremos aportar nuestro granito de arena, explicando cuál es la mejor manera de atender a los afectados en los momentos inmediatos a una tragedia de estas proporciones.
Aunque la muerte siempre es muerte, este tipo de pérdidas tiene un componente traumático que alcanza no sólo a los familiares de las víctimas, sino también a todas las personas que son testigos de la catástrofe a través de la televisión y los demás medios de comunicación. Expertos en duelo, como la Dra. Roxane Cohen Silver, señalan la importancia de evitar la difusión de imágenes en TV y prensa para proteger a la población frente a un posible estrés postraumático colectivo.

El duelo por muerte inesperada

Las muertes súbitas son más difíciles de elaborar que otras en las que hay aviso previo de inminencia de muerte (enfermedad grave, salud deteriorada, etc.). Esta dificultad tiene que ver con que el doliente no tiene posibilidad de prepararse mental ni emocionalmente ante la pérdida.
Es frecuente que se dé un proceso de shock en el que la persona afectada no pueda creer lo que ha ocurrido. Ese bloqueo, normal al principio, tiene que ver con el proceso de asimilación, en el que se ponen en marcha mecanismos de defensa que nos protegen de la realidad de la muerte.

Atender los síntomas de estrés postraumático

Una de las características que va a tener este duelo -junto con el dolor añadido de la muerte- es la posibilidad de desarrollar un estrés postraumático completo o alguno de sus síntomas (reexperimentación del accidente, insomnio, embotamiento emocional, sensación de desapego de la realidad, irritabilidad, hipervigilancia). Para ayudar a la persona afectada, habrá que estar pendiente de la aparición de estos síntomas, al tiempo que se atienden sus necesidades en el duelo inmediato.
A esto también puede unirse la sensación de falta de realidad de la muerte por parte del doliente. Por tanto, la ayuda psicológica principal irá encaminada a ayudarle a elaborar la realidad de la pérdida, que es la primera tarea del duelo. Para ello será especialmente importante rememorar junto a él cómo recibió la noticia, cómo reaccionó él y su entorno, o cómo fueron los ritos de despedida (funeral, entierro).
En las horas inmediatamente posteriores a la catástrofe, los profesionales sanitarios pueden prestar ayuda a los familiares con su acompañamiento y escucha, mostrando interés y cuidado, y atendiendo tanto su dolor como el posible  bloqueo que surja en los primeros momentos.

Sensaciones habituales tras una pérdida traumática

Otras sensaciones también frecuentes son los sentimientos de culpabilidad. Es habitual que el doliente fantasee con finales diferentes, con distintos “Y si” (“Y si hubiera venido al día siguiente”, “Y si no hubiera cogido el tren”, etc.), manteniendo vivo al fallecido  en su pensamiento y, por tanto, bloqueando la primera tarea.
Para desbloquearla, es útil que el doliente vuelva a la realidad de lo ocurrido y contextualice el momento de la muerte, es decir, que no se ciña solo a cómo fue ésta, sino también a qué ocurrió días antes, cómo estaba el fallecido, cómo eran sus vidas… de modo que pueda aceptar que los accidentes pasan, que no dependía de él lo que ocurrió. La elaboración de este tipo de pérdida va a tener mucho que ver con aceptar que las cosas ocurren, que no están bajo nuestro control y que en los accidentes casi siempre intervienen multitud de factores.

Cómo podemos ayudar a una persona en duelo

  • • La primera de las ayudas básicas que podemos proporcionar a alguien que está en duelo es ofrecerle nuestro interés y nuestra apertura a la comunicación; mostrarnos interesados y abiertos a lo que la persona quiere compartir. Es importante ser conscientes de que nada de lo que podamos decir va a aliviar instantáneamente el dolor de la persona.
  • • El duelo duele y que exista dolor es parte inherente del proceso. Escuchar realmente a alguien que está sufriendo, estar a su lado de forma auténtica, con cariño y cuidado es una ayuda fundamental y de gran valor. Si no se sabe qué decir, es mejor no decir nada. Reconforta más un acompañamiento en silencio o una mano en el hombro que una frase hecha.
  • • Se suele menospreciar el poder de la escucha y del acompañamiento, como si no fuera suficiente. Sin embargo, estar al lado de alguien que sufre, validar con nuestra atención todo aquello que está viviendo, le ayudará a andar el camino del duelo. Permitir al doliente poner palabras al dolor, expresarse con el llanto o el enfado, o compartir cómo está afrontando su pérdida le va a ayudar a elaborar las tareas del duelo de una manera casi espontánea.
  • • Resulta también un gran apoyo ofrecer ayudas más específicas: concretar el “Llámame cuando quieras” o “Estoy aquí para lo que necesites”. En su lugar, podemos ofrecernos para ayudarle en tareas cotidianas que, tras la pérdida, puedan resultar más complicadas de abarcar (ir al banco, gestiones administrativas), así como tomar la iniciativa para llamar al doliente y quedar con él.
  • • Dejarse guiar por el respeto a la vivencia del otro (cada duelo es único, y tiene diferente duración según la persona) y estar junto al doliente desde la autenticidad son dos factores clave en la ayuda en el duelo.
Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda gratuita, no dude en consultar nuestra página web: www. fundacionmlc.org

martes, 17 de abril de 2018

Duelo complicado

¿Qué es el duelo complicado?
 No hace falta tener una gran inteligencia emocional para comprender el dolor que puede producir la pérdida de un ser querido. La muerte es irreversible y nos enfrenta además al abismo de las cuestiones trascendentales que podemos no entender o no querer asumir.
El duelo puede incluir una mezcla de reacciones donde conviva el dolor emocional por la pérdida, la sensación de desconcierto o impotencia humana ante lo desconocido o el sentimiento de injusticia si nos parece que no tenía que suceder aun.
Puede haber incredulidad, embotamiento emocional, cólera, desesperación, shock, culpa, ansiedad, miedo, o incluso a veces sensación de alivio. Algunas pérdidas pueden ser devastadoras y poner la vida de la persona totalmente “del revés”.
El duelo puede ir acompañado de síntomas parecidos a los de una depresión, incluyendo, por ejemplo, tristeza, problemas para dormir, cambios en el apetito, dificultades de concentración, pérdida de memoria, cansancio, etc. Estas reacciones son normales cuando perdemos a alguien con quien estábamos afectivamente vinculados y cumplen una función adaptativa, ayudándonos a asimilar la nueva situación.
 Cuando las manifestaciones de duelo son muy intensas y duran mucho tiempo se habla de duelo complicado. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentalesen su quinta edición (American Psychiatric Association, 2014) lo denomina duelo complejo persistente y lo incluye entre los problemas que necesitan más investigación.
Para hablar de duelo complejo persistente tienen que haber transcurrido al menos 12 meses desde la muerte de la persona (6 en los niños) y sufrirse anhelo/añoranza continua del fallecido, que puede acompañarse de pena intensa y llanto frecuente, y preocupación sobre el fallecido o sobre la manera en la que murió. Conviene relativizar el criterio temporal ya que cada persona es distinta y lo importante es su nivel de sufrimiento y si se ve que va avanzando o no.
Además, se indica que la mayoría de los días se observen al menos 6 de los siguientes síntomas a un nivel importante que afecta al funcionamiento diario:
  • Dificultad para aceptar que la persona ha fallecido (p. ej., prepararle comida).
  • No creer que haya fallecido o tener anestesia emocional ante la pérdida (no sentir nada).
  • Recuerdos angustiosos sobre el fallecido e imposibilidad para recordarlo de forma positiva (p.ej., no puede hablar de él sin dolor intenso).
  • Rabia o enfado en relación a la pérdida.
  • Pensamientos negativos sobre uno mismo (p.ej. culparse por lo sucedido).
  • Evitación excesiva de recuerdos (p.ej., no poder ir a lugares relacionados con el fallecido).
  • Deseos de morir para estar con el fallecido.
  • Volverse desconfiado con la gente desde el fallecimiento.
  • Sentirse aislado o desapegado de otras personas desde la muerte.
  • Creer que la vida no tiene sentido o está vacía sin el fallecido.
  • Dudar de uno mismo o del papel de uno en la vida desde el fallecimiento.
  • Dificultades para realizar actividades, entablar relaciones o hacer planes de futuro.
     En algunos casos la persona puede experimentar la presencia del fallecido (p.ej., verlo sentado en su silla favorita) lo que se interpreta como una alucinación. La forma de entender estas experiencias varía mucho dependiendo de cada cultura.
     A veces, también aparecen molestias físicas como las que padecía el fallecido sobre todo coincidiendo con el aniversario de la muerte o al cumplir la misma edad. El duelo complicado aumenta el riesgo real de presentar enfermedades médicas graves (p.ej., infarto, cáncer, etc.).
     J. W. Worden, uno de los expertos mundiales en duelo, distingue entre cuatro tipos de duelo complicado:
  • Duelo crónico. Los síntomas persisten durante años. Uno de los aspectos más destacados es que la persona experimenta una sensación de estar incompleta.
  • Duelo retrasado. En vez de mostrarse en los primeros meses tras la muerte, los síntomas aparecen meses o incluso años después. A veces sucede cuando el dolor es abrumador o las condiciones imponen a la persona una necesidad de ser fuerte.
  • Duelo exagerado. Los síntomas son excesivos y prácticamente inutilizan a la persona para realizar una vida normal.
  • Duelo enmascarado. Se muestran problemas (p.ej., abuso de sustancias) que la persona no reconoce que tengan que ver con el fallecimiento.
 Se calcula que el duelo puede complicarse en un 2,4-4,8% de las personas que experimentan pérdidas y suele afectar más a las mujeres. En niños pequeños, estas manifestaciones pueden expresarse a través del contenido del juego, el comportamiento (p.ej., volver a hacerse pis, mostrar ansiedad al separarse de otras personas, etc.) y preocupación por la posible muerte de más personas cercanas.
¿Qué aumenta el riesgo de duelo complicado?
     La vivencia de cada pérdida es única y depende de multitud de factores. No es posible predecir cuándo un duelo se va a complicar o no. No obstante, existen una serie de factores que aumentan la probabilidad de un duelo complicado:
  • Dependencia y cercanía con el fallecido. El riesgo de duelo complicado aumenta en los casos de mayor dependencia de la persona fallecida (p.ej., fallece quien nos cuida o de quien dependemos afectiva o económicamente), y también si el que fallece es un hijo. Además, cuanto peor lleven la pérdida los cuidadores de un niño más riesgo hay para los niños en duelo.
  • Relación conflictiva con el fallecido. Las relaciones ambivalentes con la persona fallecida (sobre todo si había hostilidad no expresada) pueden generar sentimientos intensos de ira o culpa que impiden elaborar el duelo. Si el fallecido maltrataba o abusaba de la persona, su muerte no sólo saca a relucir esos sentimientos sino que a veces es vivida como la pérdida definitiva de la esperanza de ser amado de verdad (p. ej., no sólo se ha ido papá, sino también la posibilidad de llegar a tener un padre que me quiera).
  • Muerte violenta. Es más probable un duelo complicado cuando la muerte tiene lugar en circunstancias traumáticas o violentas. Cuando los síntomas se dan ante una muerte por homicidio o suicidio se habla de duelo traumático. En estos casos además de un duelo complicado puede sufrirse un trastorno de estrés postraumático.
  • Muerte repentina o inesperada. Este aspecto está presente en las muertes violentas pero también en otros casos (p.ej., muerte súbita infantil, infarto, etc.). Las muertes repentinas son más complicadas de elaborar que las que han ido precedidas de avisos (una enfermedad grave prolongada) y dejan a la persona con una fuerte sensación de irrealidad que retrasa el duelo. Otra característica de estas muertes es la sensación de desamparo, al representar una especie de atentado a nuestro sentido de control y de orden en el mundo. La situación se agrava si el incidente incluye muertes múltiples (p.ej., en un accidente de tráfico mueren varios miembros de la familia).
 El suicidio es probablemente la crisis de duelo más difícil de resolver con eficacia. Los familiares se quedan no sólo con el dolor de la pérdida sino también con sentimientos de vergüenza, miedo, rechazo, ira o culpa  difíciles de manejar.
Puede temerse una especie de condena o destino de suicidio, sobre todo los hijos. Aparece ira intensa ¿cómo ha podido hacerme algo así? y puede corroerles la sensación de que podían haber hecho algo para evitarlo. Estos sentimientos de culpa irracionales pueden llevar a la persona a relacionarse con la sociedad de un modo que persiga el ser castigado por “el delito cometido” (p.ej., un adolescente podría involucrarse en actividades delictivas o consumo de drogas). Evidentemente no hay una transmisión genética del suicidio y todos estos sentimientos difíciles se pueden trabajar.
¿Cómo abordar el duelo?
     Las personas que superan un duelo pasan por diferentes etapas. En un primer momento shock y negación de lo sucedido, después el caos emocional con una mezcla de cólera, culpa y desesperación, seguido de un período de depresión al asumir la realidad. Finalmente se encuentra un modo de seguir con la vida mientras se mantiene algún tipo de conexión con la persona que se ha perdido.
     En los últimos años hay una preferencia por entender el duelo como la superación de una serie de tareas. El enfoque de tareas da a la persona un papel más activo, indicando lo que se puede intentar hacer para recuperarse, frente al enfoque de las etapas por las cuáles uno tiene que ir esperando a pasar de forma más pasiva.
     Además, para afrontar el duelo de un modo sano tenemos que alcanzar un equilibrio entre llorar a la persona que se ha ido y, de algún modo, seguir viviendo y funcionar. Cuando una persona concentra su energía en seguir con su vida y mantenerse ocupada apartando la pena, o viceversa, se logra menos avance.
     Según J.W. Worden, para afrontar adecuadamente el duelo hay que completar una serie de tareas. El objetivo de trabajo con el duelo consiste en ir ayudando a la persona a superar los obstáculos que le impiden completar cada una de estas tareas:
1. Aceptar la realidad de la pérdida. Que esa persona se ha marchado y no va a volver. La aceptación intelectual es más fácil que la emocional. Por ejemplo, algunos sueños sobre el fallecido aún vivo pueden sugerir que la persona está en esta fase y es como si su cerebro tratara de ayudar al recordarle por contraste al despertar que esa persona ya murió.
En general se recomienda comunicar la noticia de forma clara y directa, dando a la persona la oportunidad de participar en el funeral y otros ritos (p.ej. las visitas al cementerio). Estos ritos cumplen una función importante y ayudan a aceptar la realidad de la muerte (p. ej., para la mayoría de las personas es importante ver en algún momento el cuerpo del fallecido, lo que contrasta con los difíciles duelos de las personas que pierden seres queridos cuyo cuerpo no es encontrado o no ha sido posible ver).
Hay que tomarse un tiempo para asimilar esta realidad. Reacciones poco sanas son, por ejemplo, actuar como si esa persona siguiera viva, o desprenderse enseguida de todo lo que recuerda a esa persona y hasta olvidar su rostro para no pensar.
2. Elaborar el dolor de la pérdida. La muerte produce sentimientos dolorosos que necesitan ser expresados. Tiene que haber un lugar para este dolor. A veces la sociedad no ayuda (p. ej., cuando alguien con buena intención nos aconseja que no estemos tristes, que esa persona querría vernos contentos).
Reprimir el dolor puede extender el duelo (p.ej., cuando no se habla del fallecimiento y se actúa como si nada). Esta tarea se fomenta mediante la expresión emocional. Es normal que puedan convivir emociones positivas (p.ej., añoranza) y negativas hacia el fallecido (p.ej., ira o culpa).
Hay que ayudar a la persona a alcanzar un equilibrio entre las emociones positivas y negativas que le permita redefinir la imagen del fallecido de forma adaptativa (p. ej., mi padre me quería mucho pero por su educación no era muy expresivo al mostrar afecto). Si la persona se quedó con la necesidad de expresar al fallecido algo que no pudo decirle o quedó algún conflicto abierto hay diversas estrategias para abordarlo (p.ej., escribir cartas, técnica de la silla vacía en la que imagina que tiene delante a su padre y le comunica cómo se siente, etc.).
Las imágenes o emociones muy traumáticas pueden trabajarse con técnicas de procesamiento emocional. Si se cumplen los criterios de cualquier trastorno psicológico (depresión, ansiedad, etc.) se tratan del modo usual y luego se abordan las cuestiones del duelo.
Si ha fallecido uno de los dos padres, puede elaborarse un álbum de recuerdos del fallecido que los hijos pueden repasar mientras crecen y les ayude a integrar la experiencia.
3. Adaptarse al mundo sin el fallecido. Esta adaptación es externa, interna y espiritual. La adaptación externa se refiere a resolver el modo en que ha afectado a la vida cotidiana(puede implicar aprender nuevas habilidades y asumir nuevos papeles). Esta fase se aborda con estrategias de resolución de problemas para las dificultades que aparezcan (p.ej., aprender a llevar las cuentas del negocio, hacer nuevas relaciones sociales, etc.).
La adaptación interna tiene que ver con la definición que ahora hace de sí misma la persona y su autoestima. ¿Quién soy ahora? ¿En qué me ha hecho diferente esta pérdida? Es importante redefinirse de un modo positivo, extrayendo incluso algún aspecto bueno que descubrimos en nosotros a raíz de la perdida. El concepto de resiliencia puede serte útil.
 A nivel espiritual, la pérdida puede sacudir los cimientos del mundo. Es importante buscar sentido o significado (el significado concreto no es importante pero si hallar alguno: tenía que aprender algo, finalizó su tarea, hay un orden en el universo aunque no lo entendamos, etc.).
4. Hallar una conexión perdurable con el fallecido al tiempo que uno sigue con su vida. Es llevarlo con nosotros, echarlo de menos pero sin dolor desgarrador o angustia, pudiendo seguir con nuestra vida. Es volver a vivir. Se resuelve cuando la persona es capaz de tomar permiso para dejar de sufrir de ese modo y puede pensar en el fallecido sin sentir un dolor desbordador (p.ej. sueños en los que el fallecido comunica al vivo que está bien y que quiere que siga adelante).
Las personas hacen esto de modos distintos. Algunas mantienen el vínculo identificándose con gustos o aficiones del fallecido o asumiendo papeles en la familia que antes asumía esa persona.
    Tómate un tiempo, cuídate más de lo que lo hacías antes, se amable y flexible contigo mismo, busca el apoyo de las personas que te quieren y piensa que si pones de tu parte, esto pasará. Las personas podemos superar muertes dramáticas y seguir adelante.
Si sientes que no avanzas busca ayuda profesional. Un psicólogo puede ayudarte a elaborar tu duelo de un modo más sano.
Fuente: http://wpd.ugr.es/~emiro/duelo-complicado/