Perdonar no es un acto de caridad ni de sumisión hacia el otro, y tampoco supone aprobar lo que nos hizo. Perdonar supone aceptar que esa persona se equivocó y nos hizo daño, restringiendo dicho hecho al contexto en el que ocurrió, y evitando verlo como una actitud general en la relación.
Sin embargo, perdonar no es fácil, y aunque pongamos toda nuestra voluntad en ello los recuerdos, el malestar y nuestra propia mente, no siempre nos permiten aceptar las disculpas del otro. Mensajes contradictorios pasan a formar parte de nuestro autodiálogo interno y pueden incluso empeorar las cosas haciéndonos desarrollar sentimientos contradictorios hacia la otra persona que nos conducen a alejarnos de ella sin saber muy bien por qué.
Probablemente esto ocurra como una respuesta al dolor experimentado cuando estamos a su lado; un dolor que seguramente sea resultado de la maraña emocional que no sabemos bien cómo explicar. A perdonar se aprende, pero para ello será necesario tener motivación, información y estrategias.
¿Por qué a veces nos cuesta perdonar a los demás?
Perdonar es difícil cuando el acto que te causó dolor es obra de una persona a la que amas (padres, amigos íntimos, pareja, hermanos). En aquellas situaciones donde la relación es más ligera, esperamos menos de la otra persona, y sus malos actos pueden no hacernos tanto daño; mientras que en los casos en los que la relación era insignificante, el balance entre el mal causado y lo que su responsable puede llegar a aportarnos, hace que directamente la relación se bloquee (no avance hacia una relación más estrecha), o directamente se rompa.
El problema y el malestar emocional vienen cuando el acto a perdonar se encuentra ligado a una persona a la que queremos de verdad y que ocupa un lugar privilegiado en nuestra vida. Perdonar es difícil cuando tu pareja te traiciona, cuando tu mejor amigo no sabe estar a la altura de las circunstancias en uno de tus peores momentos, cuando te sientes abandonado por tus padres o hermanos en una situación donde lo que más anhelabas era apoyarte en ese vínculo familiar…
Uno de los motivos principales que dificultan el perdón es la decepción sufrida. En las relaciones con los otros generamos unas expectativas acerca de lo que significamos para esas personas y lo que estarían dispuestas a hacer por nosotros, y cuando se produce un choque entre esa expectativa y la realidad aparece la decepción, una emoción que surge ante la necesidad de aceptar que las cosas no son (o van a ser) como pensábamos. Aplicado a una persona significa que esa persona no es, o no actúa, como yo esperaba.
Es frecuente que ante este tipo de situaciones la persona decepcionada sienta que la relación con el que le ha ofendido “era una mentira”, que todo su pasado con ella no ha valido la pena, que no era real. Y es frecuente que a la decepción se le unan sentimientos como el enfado (por sentirse engañados), la vergüenza (por no haberse dado cuenta de cómo era el otro en realidad), o la tristeza (relacionada con el sentimiento de pérdida de una persona que ya nunca verán como creían que era).
Otro factor clave que nos impide perdonar es el miedo a que esa persona vuelva a hacernos daño de nuevo. “¿Y si lo vuelve a hacer?” “¿Y si realmente no se arrepiente?” “¿Cómo puedo saber a ciencia cierta que esta situación no se va a volver a repetir?”. La imposibilidad de dar una respuesta 100% fiable a estos interrogantes no hace más que añadir a los sentimientos anteriores otros como la ansiedad, la inseguridad y la desconfianza. Y finalmente, el orgullo, otro de los grandes protagonistas que nos dificultan el perdón al sentir que alguien ha herido nuestro ego y que no nos valora como merecemos