POR QUÉ NOS REENCARNAMOS
La planificación que hacemos antes de nacer es detallada, y tiene un gran alcance. Incluye
la selección de situaciones vitales, pero va mucho más allá. Nosotros elegimos a nuestros
padres (y ellos nos eligen a nosotros), elegimos cuándo y dónde nos reencarnaremos, las
escuelas a las que asistiremos, los hogares en los que viviremos, la gente a la que conoceremos,
y las relaciones que tendremos. Si tienes la sensación de que ya conocías a alguien a quien
acaban de presentarte, es posible que sea verdad. Probablemente, esa persona fue parte de tu
planificación prenatal.
Cuando un lugar, un nombre, una imagen o una frase te resulta familiar la
primera vez que lo ves o lo oyes, esa familiaridad es, a menudo, un vago recuerdo de lo que se
planeó antes de la encarnación. En muchas sesiones de planificación, usamos el nombre y
tomamos la apariencia física que tendremos después de nacer. Tales prácticas nos ayudan a
reconocernos unos a otros en el plano físico.
El sentimiento de déjá vu se atribuye a menudo a un
suceso de una vida pasada, pero muchas sensaciones de déjá vu son, en realidad, recuerdos de
planes prenatales.
Cuando entramos en el plano terrestre, olvidamos nuestro origen espiritual. Antes de la
encarnación sabemos que esta amnesia autoinducida tendrá lugar. La expresión "tras el velo"
se refiere a este estado de falta de memoria.
Como alma divina, olvidas tu verdadera identidad
porque al recordarla más tarde lograrás un conocimiento mucho más profundo de ti mismo.
Para obtener esta profunda conciencia, tenemos que abandonar el reino espiritual (un lugar de
alegría, paz y amor), porque allí no experimentamos ningún contraste. Y sin contraste, no
podemos conocernos totalmente.
Imagínate un mundo en el que sólo hay luz. Si nunca has experimentado la oscuridad, ¿cómo
podrías comprender y apreciar la luz? Es el contraste entre luz y oscuridad lo que lleva a un
conocimiento más profundo.
El plano físico nos proporciona este contraste porque es un mundo de dualidad: arriba y abajo, caliente y frío, bueno y malo.
El dolor en la dualidad nos
permite apreciar mejor la alegría. El caos de la Tierra aumenta nuestra apreciación de la paz. El
odio que podemos encontrar profundiza nuestra comprensión del amor. Si nunca hemos
experimentado estos aspectos de la humanidad, ¿cómo podríamos reconocer nuestra
divinidad?
Imagina que provienes de un lugar en el que suena la música más bella que jamás fuera
creada. Es una música arrebatadora, deslumbrante. La has escuchado siempre, durante
toda tu vida. Nunca ha estado ausente, ni ha estado presente ninguna otra música. Un día te
das cuenta de que, como siempre la has oído, nunca la has escuchado realmente. Es decir,
que nunca la has valorado, porque no has conocido otra cosa. Por ello, decides que te gustaría
poder valorar esta música. ¿Cómo podrías hacerlo?
Una forma de hacerlo sería ir a un lugar en el que la música de tu Hogar no exista. Quizá en
este sitio suene una música distinta, una música que contenga notas discordantes, o estrofas
estridentes. Este contraste te provocaría una nueva apreciación de la música que has escuchado
siempre en tu Hogar.
Otra forma sería ir a un lugar en el que la música de tu Hogar no exista, e intentar recrearla
de memoria.
La experiencia de componer esos magníficos sonidos te daría una comprensión
incluso más profunda de su belleza.
Existe una tercera posibilidad, una mucho más desafiante, pero que además contiene una
mayor recompensa. Se te ocurre pensar que podrías obtener un conocimiento realmente
profundo si fueras a un lugar en el que la música de tu Hogar no sonara, y una vez allí
intentaras recrearla pero sólo después de haber olvidado cómo sonaba. La experiencia de
recordar, y después componer la extraordinaria sinfonía de tu Hogar produciría el más rico,
pleno, y extenso conocimiento de su grandeza.
Y con esta misma valentía viajas al mundo que ofrece la tercera opción.
Allí escuchas una música
que, al carecer de memoria, crees que es la única que has oído siempre. Algunas canciones son
adorables, pero otras aporrean tus oídos con sus disonancias. Estos tonos desagradables
fomentan el deseo en tu interior (y, finalmente, la resolución) de crear una música original .
Pronto empiezas a escribir tus propias composiciones.
Al principio, te distrae la estridente
música de este mundo nuevo. Sin embargo, con el tiempo, a medida que te apartas del estrépito
externo y escuchas las melodías de tu corazón, tus creaciones musicales se hacen más bellas.
Finalmente compones una obra maestra, y cuando la terminas recuerdas algo: la obra maestra
que has escrito es la misma música que sonaba en tu Hogar. Y este recuerdo desencadena
otro: Tú eres esa música.
No es algo que oíste fuera de ti mismo; la música eres tú, y tú eres la
música. Y al crearte a ti mismo en un nuevo lugar, llegas a conocerte de un modo que no
hubiera sido posible si no hubieras dejado tu Hogar.
Ésta es la experiencia que desea el alma.
El alma es una chispa Divina; la personalidad (el ser
humano) es una parte de la energía del alma en cuerpo físico. La personalidad consiste en unos
rasgos temporales que existen sólo durante la vida física, y un núcleo inmortal que se reúne con el
alma después de la muerte.
El alma es algo mucho mayor que la personalidad, aunque cada
personalidad es vital para el alma, y muy apreciada por ella.
En gran medida, la personalidad tiene libre albedrío. Los desafíos de la vida pueden ser, por
tanto, aceptados o rechazados.
La vida en la Tierra es una etapa en la que la personalidad se ciñe o se desvía del guión que
fue escrito antes del nacimiento. Nosotros elegimos cómo respondemos: con ira y amargura, o
con amor y compasión.
Cuando nos damos cuenta de que somos nosotros mismos quienes
hemos planeado nuestras dificultades, la elección es mucho más clara y más fácil de hacer.
Mientras estamos en el cuerpo físico, nuestra alma se comunica con nosotros a través de
los sentimientos. Sentimientos como alegría, paz y emoción nos recuerdan que estamos actuando
y pensando de un modo consecuente con nuestra verdadera naturaleza como almas
amorosas. Sentimientos como el miedo y la duda nos sugieren que no lo estamos haciendo.
Nuestros cuerpos son receptores (y transmisores) de energía extremadamente sensibles que
nos dicen, a través de los sentimientos, si hay acuerdo o desacuerdo entre lo que realmente
somos, y el modo en el que nos estamos comportando.
Robert Schwartz, El Plan de tu Alma