Honron tu memoria, mi amado hijo Adrián.
Hoy salí de viaje, un viaje rápido y bonito. Aquí es corto, te espero a la vuelta de la esquina, pero para ti, sé que es largo. Hoy te escribo para contarte de mi viaje.
Aunque no lo sepas traje el mejor equipaje que pude, y así quiero decírtelo. Mi maleta ha venido cargada de cariño, de amor que tú y sólo tú me has dado en todo este tiempo que hemos compartido. He traído también valores, muy buenos valores que tú me has enseñado. Aquí no he tenido que aprender a amar, mamá… porque tú ya me lo enseñaste. Quiero que seas consciente de la importancia del trabajo que has realizado, has hecho de mí la persona que aquí sigo siendo, y te repito: quiero que lo sepas. No lo olvides, me he traído conmigo cada juego, cada enseñanza, cada parte de ti que me diste, y créeme: eso lo es todo. Así ha tenido que ser y has tenido que ser tú, para poder enseñarme todo aquello que me ayudó y me sigue ayudando, porque sólo tú lo has hecho.
No te preocupes por el tiempo que vas a estar sin verme, porque ahora me toca a mí.
Me toca a mí, enseñarte y tener contigo la misma paciencia que tenías conmigo cuando me enseñaste a andar: ahora te voy a ayudar yo a caminar sin mí, porque debes hacerlo y yo te guiaré en ello…
Caerás unas cuantas veces, como tantas caí yo, pero recuerda… amorosamente me levantabas y me decías que pronto sanaría: hoy te toca a ti, mamá. Te toca levantarte y ponerte en pié tantas veces como sea necesario… es sencillo, me decías, recuerdas? Pues hagámoslo juntos, estoy contigo. Si yo pude, tu puedes… somos uno, sabes?
No te preocupes porque no hablemos, porque tenemos el mejor lenguaje que se pudo inventar: el del corazón.
No te preocupes porque no nos veamos, porque mi imagen irá a ti cuantas veces lo necesites.
No te preocupes porque no nos toquemos, recuérdame tan sólo y volverás a sentirme.
Abre la maleta de todo el equipaje que me preparaste, y quédate con eso, pues “eso” soy yo
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