Todavía no son adolescentes, pero tus hijos ya empezaron a perder la ternura que tanto nos gustaba de cuando eran más chicos; ¿Cómo nos pega?
Todas las mujeres que pasan por la crianza de un hijo adolescente ya lo saben. Pero para las que estamos "en tránsito hacia", con hijos entrando en la preadolescencia, cuesta un poco más. Porque, de un día para el otro, tu chiquitín, que hasta hace poco corría a tus brazos y declaraba a los cuatro vientos que te amaba, te ve en bikini y te dice: "Mamá, me das asco".
O esa nena que ayer no más te seguía a sol y sombra de repente no contesta tus mensajes -¡con el celular que le pagás vos!-. Sí, sabelo: tu hijo ya está creciendo. Incluso los más chiquitos, con apenas 4 o 5 años, hoy traen una especie de "adolescencia precoz" y de repente, ese castillo de amor de ellos hacia nosotras se desmorona. Entonces, ¿cómo hacer para no desesperar en los momentos en que los querés matar? ¿O en los que pensás
realmente que sos la peor? ¿Cómo entenderlos y ayudarlos en este tránsito?
LO PRIMERO, ENTENDER
Si bien la primera "adolescencia" de la infancia los chicos suelen pasarla entre los 2 y los 3 años -con una rebeldía inusitada, la etapa del "todo es no" y los berrinches constantes-, hay dos momentos clave para tener presente: la preadolescencia (a partir de los 8 años) y la adolescencia, que son los estadios en que tu hijo necesita diferenciarse de sus referentes -vos, su papá-, y para eso busca contraponerse, armarse su mundo. Cree -no conscientemente- que para eso tiene que tomar una distancia radical de sus padres. El tema es que, para hacerlo, su mirada es tan crítica y cruel que amenaza con destruirte. Ninguna opinión que le des es válida, te critica, te juzga... ¡y hasta puede llegar a insultarte! Se da sobre todo de chicas a madres y de chicos a padres, porque es de quienes más necesitan "despegarse".
Por otro lado, tu hijo ahora necesita probarse como una persona autónoma y mostrarse así ante el mundo. Por eso siente vergüenza al verse vulnerable. Que lo vean con vos y tu pareja en la puerta de la escuela, por ejemplo, lo ubica en el lugar de "hijo", lo que le da mucha vergüenza. Y en esa búsqueda de autonomía muchas veces recurre al enojo para generar aún más separación.
QUÉ NO HACER
Tomarlo literal: la pasás mal y duele, pero con un poco de información podés tamizar las actitudes más difíciles de tu hijo o hija. Si tuviéramos un traductor instantáneo de los "te odio", escucharíamos: "No me entendés"; "Necesito separarme de vos para crecer"; "Te necesito, no me dejes solo, necesito que me mires, que me aceptes como soy".
Volverlo personal: el enojo cotidiano ante la frustración, por ejemplo, no es un tema afectivo hacia vos o su papá. Se enoja porque algo no es como él desea, pero no es contra vos. Estar enojado con alguien no significa no quererlo..., ¡casi todo lo contrario! Se enoja con vos porque le importás, porque estás presente y te sabe incondicional.
Creer que la crianza terminó: en la preadolescencia y adolescencia, muchos padres bajan los brazos, como declarando ese período una tierra de nadie, donde poco hay por hacer. Pero la crianza continúa, y es una etapa muy fértil y crucial. Ayudalo a encontrar sus recursos como adulto para tener una vida saludable en lo físico y emocional.
Consentirlo para esquivar el conflicto: en estas edades, los chicos necesitan tener experiencias de frustración y de espera. A los nativos digitales les cuesta, porque en el mundo de la Internet conseguimos mucho y muy rápido. Está bueno que en casa lo prepares para esas experiencias de frustración, pérdida y espera. El conflicto es necesario para crecer, por eso es importante que los padres pongamos a nuestros hijos en tensión; por ejemplo, cuando ponemos un límite y lo sostenemos, los ponemos en situación de tensión, y esa tensión es necesaria para su madurez.
Sumarte a la escalada: muchas veces su actitud te invita a devolverle algo, lo sentís casi como una provocación. Pero devolvérsela es una muy mala idea. Para un adolescente, sentirse denigrado puede generar fuertes alteraciones en la formación de su amor propio. Cuando esto pasa, surgen impulsos agresivos que llevan a conductas como lastimarse a sí mismo o a otros, como búsqueda de una supuesta justicia.
QUÉ SÍ HACER
Saber que esto también pasará: esto parece interminable, te sentís la única mortificada, y además... cansada. Pero tranquila, ¿o vos misma no recordás esos años de tu vida y cómo les contestabas y los volvías locos a tus viejos? Así que si alguna vez el puerperio te pareció eterno y pasó, sabé que esto también lo hará. Respirá hondo. Pensá: "Esto me lo tengo que bancar por mi hijo". Y exhalá.
Establecer acuerdos: en estas etapas, la clave es que sepas armar acuerdos con tu hijo. Y respetarlos. "Si no me vas a contestar los llamados, no te pago más el celular", por ejemplo. Es una forma de mostrarle que sus acciones tienen consecuencias: te compré un celu para estar comunicados, así que si no me vas a contestar, no lo pago más. Así, lo vas preparando para el mundo adulto, en el que nadie se va a responsabilizar por sus actos.
Registrar sus gestos: las manifestaciones físicas y verbales de cariño casi siempre quedan atrás. Es lógico que ya no te llene de besos ni te diga abiertamente lo mucho que te quiere. Pero vas a encontrar muchos otros pequeños gestos que hablan de su amor hacia vos. Cuando te viene a preguntar algo como: "¿Me queda bien?", "Qué significa tal palabra?". O si se te acerca para tomarse juntos una selfie o se ofrece a acompañarte a comprar algo. Aunque son menos explícitos, estos también son modos de decirte lo mucho que te valora.
Enorgullecerte de ser su frontón: esto es lo más importante: el lugar de confrontación que ocupás, ser esa pared contra la que choca para diferenciarse, es fundamental. Imaginate lo importante que tenés que ser para que te diga: "Mamá, te odio". Lo sabemos: te toca un rol difícil, a veces cruel, pero clave. Confiá en eso. Considerá que tu presencia e incondicionalidad es súper necesaria. Conteniendo a tu hijo en los desafíos que su nueva etapa le presenta vas a lograr establecer entre ustedes un vínculo de confianza para que esa experiencia emocional salga a la luz. Al ser contenido por adultos, se entabla una relación de apego seguro, donde hay aceptación y cuidado. Este apego protege el sistema nervioso y el cerebro de tu hijo y le da una maravillosa sensación de vitalidad. "Porque me aceptan y me cuidan, yo me siento valioso, y al sentirme valioso salgo a la vida a realizarme". ¿No es acaso un hermoso y desafiante rol el que nos toca como mamás?
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