Vivimos apegados a todo lo que nos produce seguridad o
placer, ya sea a la familia, al trabajo, al dinero, al cuerpo, a la posición
social, sin lo cual creemos que no podemos vivir. El desapego nos hace libres,
nos permite vivir sin la aprensión de perder el objeto de nuestro apego, pero,
sobre todo, nos hace fluir con la vida, con lo que nos toca vivir, porque por
algo se nos presentan sus diferentes circunstancias. En ellas van implícitas
las enseñanzas que nos propusimos adquirir antes de bajar a la densidad del
mundo físico.
Nada ni nadie es indispensable en nuestra vida, todo está
organizado desde otros planos de realidad de tal manera que si fluimos con lo
que nos acontece, acabaremos por darnos cuenta a la larga que esas condiciones
de vida eran las necesarias para nuestro avance espiritual.
Como frecuentemente lo que se nos presenta en la vida va en
contra de nuestros deseos o expectativas, nos inconformamos y nos sentimos
defraudados, aferrándonos a lo que esperábamos obtener. Es allí donde debemos
activar el desapego si queremos tener una vida grata y feliz.
“El que nada desea todo lo tiene” dijo un místico y así es.
Cuando los deseos imperiosos de efectos materiales o de situaciones placenteras
que nos producen satisfacción no se dan y las dejamos pasar, la vida se
convierte en un oasis de paz.
Hay muy diferentes clases de apegos, al sufrimiento, por
ejemplo. Hay quien no quiere deshacerse de él porque al victimizarse obtiene
conmiseración, lástima y es una manera de llamar la atención. Es también una
rebeldía a lo que le está sucediendo que no está dispuesto a admitir.
Desapegarse de esa idea le cuesta porque para lograrlo necesitaría aceptar lo
que le ha provocado ese dolor y su ego no se lo permite.
Las diferentes adicciones son una forma de evadir la realidad
que disgusta. El individuo se apega a la idea de no aceptar lo que le tocó
vivir y lo tapa con el placer transitorio que ofrece cualquier adicción. Nuevamente,
el desapego de éstas es muy difícil pero cuando se logra se obtiene la
liberación de esa esclavitud.
El apego al resentimiento y al deseo de venganza es una idea que
a menudo perdura largo tiempo, aún después de la muerte física. Es provocado
por el ego herido y el antídoto es el perdón y el olvido de la afrenta. El
perdón bien entendido es cuando se comprende que no hay nada que perdonar
porque el que actúa mal es por falta de consciencia y ese dolor que nos provoca
nos sirve, si lo sabemos ver, para aprender alguna virtud, como puede ser la
humildad, la aceptación del otro, el verdadero perdón, el desapego, la búsqueda
de verdades espirituales profundas. Desapegarse de esas emociones muchas veces
cuesta, pero ¡Cuánta libertad se obtiene con el perdón!
El amor y el apego no son lo mismo, éste último es cuando
creemos que sin una persona específica no podremos vivir, que necesitamos
recibir de ella lo que nosotros entendemos por amor, que es la satisfacción de
nuestros deseos y esperar que el ser amado reaccione como nosotros deseamos. El
amor es dar libertad al ser querido, promover su bienestar y no tratar de
cambiar nada de su personalidad. El desapego significa entender que nada es
imprescindible para nuestra felicidad, que ésta se encuentra en nuestro
interior, en la plenitud que provoca la unión con el Todo.
Muchas veces el apego a un ser querido conlleva algo de control.
Deseamos que actúe según nuestras expectativas, creyendo que es lo mejor para
él. Sin embargo, no podemos interferir en el proyecto de vida de nadie, tenemos
que convertirnos en espectadores de las decisiones que tomen los demás. Por
supuesto, podemos dar ayuda cuando la necesitan o nos la solicitan, pero nunca
tratar de cambiar lo que decidan hacer. Desapegarnos de la idea de que nosotros
sabemos mejor lo que a cada uno le conviene es respetar su proyecto de vida.
El desapego de la necesidad de reconocimiento es difícil porque
en general soportamos mal el rechazo y el que no nos tomen en cuenta. Para
sentirse seguros supuestamente se logra con la admiración y el reconocimiento
del público. Esto es una falacia porque siempre nos hará falta algo para
sentirnos seguros, el vacío existencial que produce la sensación de estar
separados, sólo se colma con la conciencia de que formamos parte indisoluble de
un todo que es el Creador y su Creación, en el que nadie es superior a nadie,
cada uno tiene una misión y un propósito en el concierto de la Creación.
Entonces desaparece la necesidad de sobresalir o de ser aceptado, de poseer
efectos materiales y de controlar a los demás, ya que somos todos iguales y lo
mismo.
El desapego nos libera del atractivo del mundo físico, el cual
es necesario para vivir la aventura que nos propusimos antes de sumergirnos en
él. Pero después necesitamos desapegarnos de lo que ofrece el mundo material
para liberarnos y dejar esa experiencia con mayor serenidad cuando llega a su
fin.
La libertad que se obtiene en el desapego de lo material, de los
diferentes afectos y adicciones, de las distintas ideas y creencias, nos ayuda
a vivir la vida con más tranquilidad y estar abiertos a aceptar más fácilmente
lo que se nos presenta como obstáculos en la vida. De la misma manera, nos
evita el miedo que provoca la llamada muerte, que en realidad no existe, porque
cuando no se tiene apego a nada, la transición a la otra realidad se hace con
mayor facilidad.
Fuente: https://carmendesayve.com/
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