Cuál
 es su relación con la naturaleza? Siendo la naturaleza los ríos, los 
árboles, los pájaros de rápido vuelo, el pez en el agua, los minerales 
bajo la tierra, las cascadas y pozas de poca profundidad. ¿Cuál es su 
relación con estas cosas?
No
 existe una relación ‘correcta’, sólo existe el comprender la relación. 
La ‘relación correcta’, al igual que el ‘pensamiento correcto’, 
significa la simple aceptación de una fórmula. El pensamiento correcto y
 el recto pensar son dos cosas diferentes. El pensamiento correcto es 
simplemente conformarse a lo que es correcto, respetable, mientras que 
el recto pensar es un movimiento, es el producto de la comprensión, y la
 comprensión experimenta modificación y cambio constantes. Igualmente, 
hay una diferencia entre la relación correcta y el comprender nuestra 
relación con la naturaleza.
¿Cuál
 es su relación con la naturaleza? Siendo la naturaleza los ríos, los 
árboles, los pájaros de rápido vuelo, el pez en el agua, los minerales 
bajo la tierra, las cascadas y pozas de poca profundidad. ¿Cuál es su 
relación con estas cosas? La mayoría de nosotros no somos conscientes de
 esa relación. Nunca miramos un árbol, o si lo hacemos, es con intención
 de utilizarlo, ya sea para sentarnos a su sombra o para talarlo por su 
madera. En otras palabras, miramos a los árboles con un propósito 
utilitario; nunca contemplamos un árbol sin proyectarnos a nosotros 
mismos, sin emplearlo para nuestra propia conveniencia.
Hay
 un árbol junto al río, y hemos estado observándolo día tras día por 
algunas semanas, cuando el sol está a punto de asomarse. A medida que el
 sol se levanta lentamente sobre el horizonte, por encima de los 
árboles, este árbol particular se torna súbitamente de oro. Todas las 
hojas se ven radiantes de vida, y cuando uno contempla ese árbol 
mientras las horas pasan ‑no importa el nombre del árbol, lo que importa
 es su belleza- una cualidad extraordinaria parece extenderse sobre toda
 la tierra, sobre el río. Y cuando el sol asciende un poco más, las 
hojas comienzan a aletear, a danzar. Y cada hora que pasa parece 
conferir a ese árbol una cualidad diferente. Antes de salir el sol se le
 ve melancólico, sosegado, muy distante y pleno de dignidad. Y al 
comenzar el día, las hojas cubiertas de luz danzan y le dan al árbol ese
 peculiar sentimiento que uno tiene de inmensa belleza. A mediodía su 
sombra se ha hecho más profunda, y uno puede sentarse ahí protegido del 
sol, sin sentirse jamás solo con el árbol como compañero. Mientras uno 
permanece ahí, existe una relación de profunda y perdurable seguridad y 
una libertad que únicamente los árboles pueden conocer.
Hacia
 el anochecer, cuando el cielo occidental se ilumina con el sol 
poniente, el árbol se vuelve poco a poco sombrío, oscuro, y se cierra 
sobre sí mismo. El cielo se ha vuelto rojo, amarillo y verde, pero el 
árbol permanece quieto, oculto, y descansa durante la noche.
Si
 uno establece una relación con el árbol, entonces está relacionado con 
la humanidad. Uno es responsable, entonces, por ese árbol y por los 
árboles del mundo. Pero si uno no se relaciona con las cosas vivientes 
de esta tierra, puede perder toda relación con la humanidad, con los 
seres humanos. Nosotros nunca observamos profundamente la cualidad de un
 árbol; nunca lo tocamos realmente sintiendo su solidez, su áspera 
corteza, ni escuchamos el sonido que es parte del árbol. No el sonido 
del viento entre las hojas, ni el de la brisa que en la mañana agita el 
follaje, sino el sonido propio del árbol, el sonido del tronco y el 
silencioso sonido de las raíces. Uno tiene que ser extraordinariamente 
sensible para escuchar el sonido. Este sonido no es el ruido del mundo, 
ni el ruido del parloteo mental, ni el de la vulgaridad de las disputas 
humanas y del conflicto humano, sino el sonido como parte del universo.
Es
 extraño que tengamos tan poca relación con la naturaleza, con los 
insectos, con la rana saltarina, con el búho que ulula entre los cerros 
llamando a su pareja. Parece que nunca experimentamos sentimiento alguno
 por todas las cosas vivientes de la tierra. Si pudiéramos establecer 
una profunda y duradera relación con la naturaleza, jamás mataríamos un 
animal para satisfacer nuestro apetito, jamás haríamos daño a un mono, a
 un perro o a un conejillo de Indias practicando en ellos la vivisección
 para nuestro propio beneficio. Encontraríamos otros medios para curar 
nuestras heridas, nuestros cuerpos.
Pero
 la curación de la mente es algo por completo distinto. Esa curación 
tiene lugar gradualmente si uno está con la naturaleza, con esa naranja 
en el árbol, con la brizna de hierba que empuja a través del cemento, 
con los cerros cubiertos, ocultos por las nubes.
Esto
 no es sentimentalismo ni imaginación romántica, sino la realidad de una
 relación con todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra. El hombre ha 
matado millones de ballenas y aún las sigue matando. Todo lo que 
obtenemos de esa matanza podríamos obtenerlo por otros medios. Pero al 
parecer el hombre gusta de matar cosas; mata al ciervo veloz, a la 
maravillosa gacela y al gran elefante. Nos gusta matarnos los unos a los
 otros. Este matar a otros seres humanos jamás ha cesado a lo largo de 
toda la historia de la vida del hombre sobre la tierra. Si pudiéramos ‑y
 tenemos que hacerlo- establecer una profunda y perdurable relación con 
la naturaleza, con los árboles reales, los arbustos, las flores, la 
hierba y las rápidas nubes, entonces jamás mataríamos a otro ser humano 
por ninguna razón. La guerra es el asesinato organizado, y aunque nos 
manifestemos contra una guerra en particular ‑la guerra nuclear o 
cualquier otro tipo de guerra- jamás nos hemos manifestado contra la 
guerra en sí. Jamás hemos dicho que matar a otro ser humano es el más 
grande pecado de la tierra.
Jiddu Krishnamurti


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