Uno de los problemas más frecuentes con que se encuentran las personas que comienzan a transitar el camino del crecimiento personal es el de cumplir o no las expectativas de las personas que aparecen en su camino. Suele ser habitual que, tras un cambio de conciencia o una nueva forma de enfocar la vida, la persona comience a sentirse obligada a ayudar y a contentar a los demás porque "es lo que se debe hacer" o "lo que haría una persona espiritual". De este modo, muy poco a poco, puede ir surgiendo un gran sentido de la culpabilidad cuando no hacemos lo que los demás esperan de nosotros.
la otra persona (a la que quizá acabamos de conocer) viene con una sonrisa y da por hecho que vamos a ayudarla nos pida lo que nos pida, que vamos a opinar igual que ella en todo o que vamos a hacer exactamente lo mismo que ella piensa que debemos hacer. En otras palabras: nos arroja toda su verdad y sus dogmas encima y nos coloca en la difícil tesitura de actuar justo como ella no espera (ni desea) que actuemos. Y aquí se nos plantea la gran duda: ¿qué hacemos? ¿Cómo actuamos?
Si nos consideramos una persona "espiritual" que debe complacer y ayudar las 24 horas del día, es sencillo caer en el error de decir que sí a todo, ayudar aunque no nos salga del corazón o fingir el comienzo de una amistad sincera cuando en realidad sentimos que no existe ninguna resonancia. De este modo, nos ganamos la aprobación de la persona y evitamos cualquier tipo de juicio que esta pueda hacer sobre nosotros, además de haber mantenido nuestra máscara de persona "perfecta y exquisita con todos" (algo prácticamente imposible de conseguir). Sin embargo, con ese comportamiento estaremos dando un paso peligroso y muy perjudicial en lo que respecta a nuestro bienestar y evolución interior: dejar de sernos fieles a nosotros mismos para agradar a los demás (cuyas intenciones y conciencia, en muchos casos, pueden estar muy alejadas de las nuestras). En este punto, hemos de tener muy presente lo que nosotros sentimos que debemos hacer y no lo que la otra persona espera que hagamos.
¿Sentimos que debemos ayudar y mantener una relación del tipo que sea con determinada persona? Hagámoslo.
¿Sentimos que lo que nos pide esa persona no nos conviene o no está en consonancia con lo que nosotros sentimos? Declinemos respetuosamente la invitación o petición y sigamos con normalidad nuestro camino. Evidentemente, no se trata de ser descortés o de no ayudar a nadie, sino de mantener un justo equilibrio entre lo que sentimos y lo que hacemos, teniendo siempre en cuenta que decir NO es tan saludable y espiritual como decir SÍ. A veces, la mejor manera de ayudar a determinadas personas es incitarlas a responsabilizarse de sus propios asuntos, así como marcar muy claramente unos límites de respeto cuando percibimos que, más que pedirnos ayuda, lo que están haciendo es imponernos su sistema creencias y colocarnos entre la espada y la pared de lo que ellas consideran como "correcto". Que estemos en el camino del crecimiento personal no debe ser excusa para que otras personas se aprovechen de nosotros y se crean en el derecho de exigir determinadas actitudes por nuestra parte. En este caso estamos hablando de chantaje emocional y la mejor manera de lidiar con ello es ponerle fin de inmediato o, al menos, dejar muy claros nuestros límites. Nuestra espiritualidad no depende de lo que otras personas opinen, sino de lo que nosotros realmente somos, sentimos y experimentamos. Un NO a tiempo nos puede evitar un sinfín de problemas y conflictos interiores. Y, por descontado, se puede decir no sin sentirse culpable.
Javier López
Almas Estelares
Javier López
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