Cuando una persona amada nos
deja para siempre, el dolor puede llegar a parecer insoportable. Elaborar el
duelo y llegar a aceptar la muerte no es fácil.
El duelo, todo un viaje que el destino nos
invita a hacer para renovar viejas estructuras que ya no nos servirán más,
conlleva momentos críticos abundantes que se repiten dos o
tres veces al día. A veces se prolongan en el tiempo.
Suelen ir asociados a recuerdos, a momentos de
soledad, a llamadas de teléfono, etc. En realidad cualquier circunstancia no
prevista puede desencadenar un episodio crítico.
Las emociones predominantes asociadas
a estos momentos son:
· Angustia
· Pena
· Tristeza
· Desesperación o impotencia
· Ira
· Vacío
· Soledad
Irán mitigando según
va discurriendo el tiempo. Excepcionalmente al principio y más frecuentemente
después, aparecerán fugaces momentos de aceptación y esperanza, así
como otros de serenidad en los que se tendrá la certeza de que todo está bien.
Por el momento escapa a nuestra comprensión.
Para trabajar el desapego,
la aceptación y la sumisión al destino sirven de ayuda los paseos diarios en la
naturaleza, la meditación, el sentir, el vivir en la medida en que se puede el
aquí y el ahora.
Procurar a diario momentos de soledad para
experimentar la cercanía con uno mismo. Hablar desde la sinceridad con
familiares y/o personas de confianza de la situación anímica que se está
atravesando, ello produce un gran alivio.
Cómo elaborar el duelo
por la muerte de un ser querido
1.
Establecer momentos de silencio consciente en los
que trabajar la calma interior y la quietud mental observando nuestras propias
experiencias como si fueran las de otra persona y sacar las consecuencias
oportunas. Observación simplemente, sin luchar contra nada, solamente
observación y espera paciente y confiada en la sabiduría interior.
2.
Permanecer atentos y abiertos a lo nuevo que se despliega
en nuestro interior y a las perspectivas más humanas y enriquecedoras que
asomarán a nuestra conciencia. Ello va a generar en una mejora de nuestra
autoestima y una atitud más esperanzadora del porvenir. Significa ir
haciéndonos conscientes de que detrás de las apariencias externas habita un
alma que trata de comunicarse y a la que podemos acceder desde una actitud
receptiva, dejando al margen los prejuicios y alejándonos también de los
condicionamientos culturales.
3.
Tomar conciencia de que en este
estado de ánimo caótico se entremezclarán infinidad de pensamientos de
diferente procedencia. Unos llegarán del propio contexto cultural en el que nos
hemos educado y en el que vivimos; otros, de las exigencias que nos impone
nuestro ego, e incluso algunos otros procederán de nuestro Yo profundo. Es
preciso desarrollar, pues, un cierto poder de discriminación para saber
diferenciarlos adecuadamente.
4.
Observar a los seres vivos en cualquiera de
sus expresiones intentando captar no solo lo que expresan sino lo que intentan
expresar y a priori no se nos hace tan evidentes. Una observación desde el
corazón.
5.
Ajustar las necesidades físicas y
psicológicas a lo que las mismas demandan, sin caer en la trampa de la
autocompasión. Precisamente, debido a los momentos delicados que estamos
atravesando, es más que nunca necesario prestar una atención especial a las
necesidades de nuestro cuerpo y de nuestra alma, sin dudar en solicitar la
ayuda adecuada si la situación lo requiere.
6.
Intentar ser lo suficientemente
humildes como para reconocer las propias limitaciones y nuestras imperfecciones como
forma de aceptar las imperfecciones de los demás, estando dispuestos a aprender
de cualquier persona o situación.
7.
Permanecer en actitud de escucha activa, atentos a lo que el
mundo espiritual nos sugiera. No se trata de hacer cosa alguna, ni tan siquiera
de tener expectativas de nada, sino de estar activamente presentes y abiertos a
lo que nuestro interior o nuestro entorno tangible o intangible quieran
comunicarnos.
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