Desde los años 70, la ciencia ha ido
recopilando casos y estudiando datos de un fenómeno que, con cierta frecuencia,
sucede a más personas de las que creemos. El origen del estudio de éstos
fenómenos se lo debemos a dos científicos. Ambos trabajaban tanto como docentes
en sus respectivas cátedras universitarias como atendiendo pacientes que a
menudo fallecían. Uno de estos científicos fue Raymond Moody, que decidió
recopilar todos los casos que se le presentaban. Cuando se acercó al centenar
de testimonios los publicó en su primer trabajo: “Vida después de la
Vida”.
Casualmente, al intentar dar un enfoque
científico al estudio de éstos sucesos, se topó con los trabajos de otra
doctora que había comenzado a aplicar el método de análisis científico a los
relatos y vivencias de sus pacientes: la doctora Elisabeth Kubbler Ross, autora
de “Sobre la muerte y el morir”. Así ambos, sin conocerse y en la distancia,
fueron los pioneros modernos en este campo de investigación científica.
EN QUÉ CONSISTE UNA ECM
ECM
es el acrónimo de "Experiencias cercanas a la muerte". La más común se
refiere al recuerdo que le queda a alguien que "vuelve a la vida"
tras un tiempo en el que su cuerpo ha estado clínicamente muerto. Pero hay
casos en que el sujeto no es quien muere, sino alguien muy allegado a él que, a
pesar de la distancia, visiona o presiente de algún modo la muerte de su ser
querido.
Cristina Lázaro, psicóloga, doctora en Antropología Social y
experta en cuidados paliativos, centró sus tesis doctorales en las ECM. Según
la doctora, las podrían explicarse teniendo en cuenta cierto tipo de
consciencia no ordinaria que podría estar alejada del cerebro y que en la
mayoría de los casos estaría asociada a la cercanía de la muerte.
A continuación presentamos diez casos que han vivido
experiencias cercanas a la muerte y que cuentan sus vivencias en primera
persona.
LOS 10 TESTIMONIOS
"Comprobé que, lo que vi desde arriba, sucedió".
ARTURO GÓMEZ ANDÚJAR
(49 años, responsable de logística de un almacén de suministros de fontanería, Valencia).
«Con 17 años, un día de verano, mi novia y yo decidimos ir a la playa en moto a hacer unas fotografías. De camino, al cruzar un puente, la rueda patinó y caímos al suelo. La moto y mi novia tuvieron suerte. La peor parte me tocó a mí. Salí despedido y paré con la cabeza de un golpe, sin casco, contra la valla del lateral.
Perdí literalmente el cuerpo y comencé a flotar, viéndome a mí mismo tendido inerte en el suelo con mi novia llorando agachada sobre mí. También recuerdo a un joven que corría hacia allí pidiendo auxilio. Pero la visión cada vez era más difusa porque yo no paraba de coger altura.
De pronto, mi ascenso flotando boca abajo se detuvo por alguien que me asió por la espalda. Quien quiera que fuera, con una voz amigable y serena, me preguntó “¿Dónde vas?” y sin dar opción a responder continuó “Éste no es tu momento. Tienes aún muchas cosas por hacer.”
Recuerdo que me volví para ver a aquél ser. Vestía una túnica blanca, tenía un pelo rubio algo largo y una cara que no se veía bien pero infundía confianza y tranquilidad. Meditando aún las palabras de mi inesperado interlocutor, de pronto me sentía como si fuera viajando cómodo y feliz en un vehículo grande y lujoso, con mucho espacio y un gran motor. Pero en seguida esa sensación desapareció y empecé a notar sangre.
Fue cuando realmente tomé consciencia de lo que me había pasado. Desperté en un coche que resultó ser del chico que desde arriba había visto correr. Vivía junto al puente, y al ver nuestro accidente acudió en nuestro auxilio. Dada la gravedad de mi estado, decidieron enviarme a la clínica San Juan de Dios de Valencia.
Ya en un quirófano, el médico que me atendió no daba crédito. Tenía múltiples fracturas craneoencefálicas. Precisaba suturas por las cejas, por la sien, por la barbilla, de hasta cincuenta puntos. Estaba vivo de milagro. Pero lo más increíble de todo es que yo me encontraba bien, no sentía dolor, ni siquiera me hacían daño al pasarme la aguja y el hilo. Estaba charlando y bromeando con las enfermeras como si nada grave hubiera pasado.
Una vez que todo acabó, comenté mi experiencia con mi novia y comprobé que lo que había visto desde arriba era exactamente lo que había ocurrido. Me ha dado mucho que pensar. No es, desde luego, algo que se vaya contando alegremente a todo el mundo.
Lo que me pasó me lleva a pensar que todos tenemos a alguien que está ahí, junto a nosotros, protegiéndonos aunque no lo veamos. También estoy convencido de que sí que hay vida después de morir: no como ésta, pero la vida continúa».
"Me tengo que ir. ¿No ves que me están esperando?"
JUANRA FERNÁNDEZ
(45 años, Director de cine, Cuenca).
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