Este dolor no es mío: Identifica y resuelve los traumas familiares heredados, de Mark Wolynn
Esta obra trata sobre la depresión, la ansiedad, los dolores crónicos, las fobias, los pensamientos obsesivos
Los traumas tienen una característica bien documentada y que nos resulta familiar a muchos: nos impiden articular lo que nos pasa. No solo nos quedamos sin palabras, sino que, además, nos alteran la memoria. En el transcurso de un incidente traumático, nuestros procesos de pensamiento se pueden dispersar y desorganizar tanto que al final dejamos de reconocer que los recuerdos pertenecen al hecho inicial. En vez de ello, en el inconsciente se nos quedan grabados fragmentos de recuerdo, dispersados en forma de imágenes, de sensaciones corporales y de palabras, que pueden activarse más tarde por cualquier cosa que nos recuerde la experiencia de partida, por remota que sea.
Cuando se desencadenan estos recuerdos, es como si hubiésemos pulsado un botón invisible de «rebobinar» que nos hace volver a repetir en nuestras vidas cotidianas aspectos del trauma original. Podemos reaccionar inconscientemente ante determinadas personas, hechos o situaciones de maneras antiguas y familiares que son un eco del pasado.
Sigmund Freud identificó esta pauta hace más de cien años. La repetición traumática o «compulsión de
repetición», como la denominó, es un intento por parte del inconsciente de volver a vivir lo que ha quedado por resolver, para intentar «hacerlo bien». Este impulso inconsciente de volver a vivir los hechos del pasado puede ser uno de los mecanismos que intervienen cuando las familias repiten en generaciones posteriores los traumas pendientes de resolver.
Carl Jung, contemporáneo de Freud, también creía que lo que queda inconsciente no se disuelve sino que, más bien, vuelve a salir a relucir en nuestras vidas como si fuera nuestro destino o nuestra suerte. Dijo que todo lo que no es consciente lo viviremos como nuestro destino. Expresado de otro modo, tenderemos a seguir repitiendo nuestras pautas inconscientes hasta que las saquemos a la luz de la consciencia.
Tanto Jung como Freud observaron que todo lo que es demasiado difícil de procesar no se desvanece por sí mismo sino que se nos queda guardado en el inconsciente. Freud y Jung observaron, cada uno por su cuenta, que diversos
fragmentos de experiencias vitales que habían quedado bloqueados, reprimidos o suprimidos volvían a aparecer en las palabras, en los gestos y en las conductas de sus pacientes. En el transcurso de las décadas siguientes, los psicoterapeutas interpretarían los indicios tales como los lapsus lingüísticos, las tendencias a sufrir determinados accidentes o las imágenes de los sueños como mensajeros que iluminaban unas regiones de las vidas de sus pacientes en las que estos no podían pensar ni expresarlas con palabras.
Gracias a los últimos avances médicos en las técnicas de imagen, los investigadores han podido estudiar cuáles son las funciones cerebrales y corporales que «fallan» o quedan averiadas durante los episodios abrumadores. Bessel vander Kolk, un psiquiatra holandés conocido por sus investigaciones sobre el estrés postraumático, ha explicado que en el transcurso de un trauma se cierran tanto el centro del habla como el córtex prefrontal medio, que es la parte del
cerebro que se encarga de que seamos conscientes del momento presente. Van der Kolk llama el terror mudo del trauma a la experiencia de quedarse sin palabras, que se da con frecuencia cuando las vías cerebrales del recuerdo quedan obstaculizadas en los períodos de amenaza o de peligro. Afirma: «Cuando las personas reviven sus experiencias traumáticas, los lóbulos centrales quedan afectados y, en consecuencia, al individuo le cuesta pensar y hablar. Ya no es capaz de comunicar con exactitud, ni a los demás ni a sí mismo, lo que está pasando»
Pero no todo es silencio. Las palabras, las imágenes y los impulsos que se fragmentan tras un hecho traumático vuelven a surgir para formar un lenguaje secreto de nuestro sufrimiento, que llevamos encima. No se pierde nada.
Sencillamente, se han redirigido los trozos.
Las nuevas tendencias de la psicoterapia empiezan a mirar más allá de los traumas del individuo, para tener en cuenta, en el cuadro general, los hechos traumáticos de la historia familiar y social. Las tragedias de diversos tipos e
intensidades (como el abandono, el suicidio y la guerra, o la muerte temprana de un hijo, de un padre o de un hermano) pueden producir unas ondas sísmicas de aflicción que se transmiten de generación en generación. Los últimos avances en los campos de la biología celular, la neurociencia, la epigenética y la psicología del desarrollo recalcan la importancia de explorar la historia familiar remontándose a un mínimo de tres generaciones si queremos entender los mecanismos subyacentes a las pautas de traumas y sufrimientos que se repiten.
El caso que expondré a continuación nos presenta un ejemplo muy notable de ello.
Cuando vi a Jesse
Tengo la sensación poderosa de que me encuentro sometido a la influencia de cosas, o de cuestiones, que quedaron incompletas y sin que les dieran respuesta mis padres, mis abuelos y otros antepasados míos más lejanos. Suele parecer que en el seno de una familia hay un karma impersonal que se transmite de padres a hijos. A mí me ha parecido siempre que yo tenía que (...) completar, o que continuar quizá, cosas que habían dejado a medias las generaciones anteriores.
CARL JUNG, Recuerdos, sueños, pensamientos
Libro descargar https://www.academia.edu/104603058/Este_dolor_no_es_mi_o_Mark_Wolynn
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