Eres amado siempre, mi hijo amado Adrián, mi Ángel de Amor y Luz
Cuando perdí a Ludmila una de las preguntas que me hice muchísimas veces fue si ella volvería en esta vida, en forma de otro hijo. Durante un tiempo quise creer que sí. Pero hoy creo que cada hijo es un regalo del cielo, único e irrepetible que viene a llenar nuestra vida de luz, de enseñanzas y luego parte a un lugar en donde nos esperan, para estar alma con alma juntos para siempre. Como siempre fue y siempre será.
Parte de mi creencia viene de haber leído los libros del Dr Brian Weiss y hoy les traigo un fragmento de su último libro, de todas las historias de sus pacientes lo que leí esta fue la más perfecta y reconfortante.
Si no saben quién es el Dr Weiss, es un psiquiatra estadounidense especialista en terapia de regresión a las vidas pasadas. El descubrió cómo nuestra alma (que es única) va cambiando de cuerpo en muchas vidas hasta que aprendemos las lecciones vitales inherentes al ser humano, tenemos que perderlo todo y también tenerlo todo. Amar y sentir abandono, ser sanos y enfermos, para llegar a ser un alma con sus lecciones aprendidas.
Si quieren más info dejo un link a su web (http://www.brianweiss.com/)
Ahora sí, los animo a leer esto, parece largo pero créanme, si están aquí por haber perdido un hijo…. se lo van a leer en dos minutos y van a quedar con ganas de más
(Esta es una historia real de una de sus pacientes, en este caso fue paciente de su hija Amy también psicoterapeuta)
Jessica, maestra de treinta y tantos años de pelo rubio, ojos azules y voz suave, condujo durante horas desde el centro de Florida para verme en la consulta.
Había tenido dos hijos en cuyo parto se había practicado una cesárea. Se había quedado embarazada por tercera vez, de un niño sano.Había decidido parir a Elliot de forma natural en su casa, pero durante el proceso se reventó el útero, se desprendió la placenta y el bebé sufrió una carencia fatal de oxígeno mientras era trasladado a toda prisa al hospital. Lo conectaron de inmediato a una máquina para mantener las constantes vitales, pero era demasiado tarde. Murió solo diez días después.
Mientras Jessica me contaba su historia, se me hizo un nudo en la garganta. Nadie merece la experiencia de perder un hijo: la mujer sentada frente a mí era tan buena y discreta que yo no podía imaginar por qué iba a pasarle a ella algo tan demoledor. Tampoco podía imaginar la muerte de mi hijo, y menos aún la tremenda decisión mía que pudiera haber influido en ese desenlace. Jessica había leído los libros de mi padre y encontrado cierto consuelo. Acudía a otro terapeuta que la ayudaba en su proceso de pérdida. Yo estaba afrontando: me parecía un éxito que simplemente se levantara por la mañana, pusiera un pie delante del otro y sobreviviera un día más. Sin lugar a dudas, la apariencia dulce de Jessica ocultaba la dureza del acero. De todos modos, era como si llevara el dolor en el exterior del cuerpo. Yo alcanzaba a verlo, casi podía estirar el brazo y tocarlo. Su infinita profundidad me asustaba: yo era una terapeuta bastante novata, cuando menos en el campo de la hipnosis, y tenía miedo de que el viaje hasta mi consulta hubiera sido para ella una pérdida de tiempo. ¿Qué demonios podía decir o hacer yo para mitigar el sufrimiento de Jessica? Y qué podía causar siquiera una mella en esa clase de dolor?.
Jessica describió las dificultades que había tenido con sus médicos en el parto de sus dos primeros hijos. Su suave voz subió de tono al hablar de la desconfianza hacia ellos, de los errores clínicos cometidos y de cómo, comprensiblemente, esos errores la habían impulsado a escoger un método diferente para traer al mundo a Elliot. Había investigado escrupulosamente las ventajas y los riesgos de un parto vaginal tras dos cesáreas. Había tomado una decisión con total conocimiento de causa, y teniendo en cuenta lo sucedido con los dos primeros nacimientos, no había duda del porqué de su resolución. Cuanto más hablábamos de Elliot, más intentaba yo separarlo de su trauma, pero tuve la sensación de estar ahí con ella como si, aunque los cuerpos estaban hablando, las almas se sostenían juntas por el aire, mirándose una a otra con ojos tristes e incrédulos. Puede la vida llegar a ser tan dolorosa? Y cuando lo es indefectiblemente, como superarlo?
Cuando Jessica planteó el hipotético escenario de tener otro hijo, su enojo se disolvió en puro pánico. Que sería lo correcto? Iba a confiar otra vez en los médicos? Y si cualquier decisión resultaba errónea? Había pensado mucho en su pasado y su futuro, y a todas luces las preguntas sobre ambos le causaban gran aflicción.
Cuando hipnoticé a Jessice y la llevé a una vida anterior, lo primero que vio ella fueron solo colores imprecisos en forma de olas y puntos. Parecen solo luces, dijo, y durante los diez minutos siguientes no hubo nada más, en efecto, solo luces. Oh, no, pensé, juntando literalmente mis manos para rezar mirando al techo, agradecida por que mi paciente tuviera los ojos cerrados. Ángeles, Dios, quienquiera que esté ahí arriba, tenéis que hacer algo más. Yo rezaba con cada paciente pidiendo ayuda y energía curativa, pero ese día no fue una solicitud convencional. De repente, en medio de esas formas lumínicas palpitantes, apareció en la mente de Jessica la imagen de un delantal. Gracias, dije al cielo, exahalando un suspiro de alivio. Jessica se veía como una mujer joven en un gran porche, algo que recordaba a La casa de la padrera. Estaba apoyada en un poste, sudando a causa del sol estival y el ejercicio físico. El trabajo era duro y estresante, una carga pesada. Jessica notaba la tensión en el cuello y los hombros, debida no solo al trabajo manual sino también a una soledad aplastante. Se daba cuenta de que quería hijos y una familia, pero no los tenía. “Es todo muy duro”. Y suspiró. Nos desplazamos hacia adelante en el tiempo hasta esa noche en que la mujer estaba tendida en la cama, pensando en si cogía o no la Biblia en la mesilla, pero se notaba demasiado cansada para hacer siquiera ese gesto reconfortante. Jessica vio a la mujer sollozar, sentirse a la vez triste, frustrada e inquieta. Tenía una casa grande, pero suponía para ella una tarea abrumadora, y la zona rural en que vivía estaba aislada, exluía la posibilidad de hacer amistades. Los vecinos del lugar la consideraban afortunada: poseía una casa enorme, ese gran porche delantero, una vaca. Sin embargo, ninguno de estos bienes la hacía feliz. Aunque solo tenía veintitantos años, parecía sentirse demasiado cansada y triste para vivir. Volvimos a avanzar en el tiempo, pero nos encontramos más de lo mismo: la mujer, trabajando con ahínco en el patio, esforzándose tan solo para sobrevivir en esa existencia sombría. Y entonces Jessica vio una niña pequeña que bailaba y jugueteaba en la tierra al rededor de la mujer “No la ve” dijo confusa, “pero la niña está bailando, bailando sin parar”. Vio también a un hombre: el esposo, de pie a cierta distancia en un lado del porche. Él y la niña estaban unidos a la mujer, la amaban mientras trabajaba, mientras permanecía sentada en el porche y lloraba, pero ella no sabía que estaban allí. Transida de dolor, solo era consciente de su soledad. De dónde procedía ese abatimiento? para averiguarlo, retrocedimos. Había un accidente, El carruaje que llevaba a la niña y al esposo había volcado, con lo que ambos había muerto en el acto. La mujer no iba con ellos; quería ir, lo había planeado, pero por algún motivo en el último momento se quedó en casa. Los amaba mucho y se sintió terriblemente culpable y responsable de sus muertes. “Pero no fue culpa suya. Los accidentes ocurren, sin más” Dije pensando también en Elliot. Jessica asentía con lágrimas con ojos, pero no parecía creerme. “Da la impresión que lamenta no haber estado allí con ellos” dije en voz baja. “Oh sí” gimió ella. La mujer vivió largos y solitarios años. Trabajó durante toda su vida junto al porche, donde su esposo la observaba solo con amor en la mirada y su hija, dando vueltas ajena a todo, bailaba junto a ella un día tras otro. Mientras Jessica flotaba más allá de su viejo cuerpo empezó a menear la cabeza, como si no creyera lo que hubiera vivido. “No tenemos que amargarnos!” dijo, “Ella podía haber hecho mucho bien” La mujer se había quedado tan inextricablemente empantanada en el dolor y la pérdida, que ya no se recuperó jamás. Pensando en la Jessica de ahora, pregunté: En todo caso, cómo habría podido recuperarse de esa clase de pérdida? Muy fácil, contestó Jessica, sonriendo, “sólo tenía que verlos bailar a su alrededor”. La pequeña y el esposo, al aparecer religiosamente cada día en el patio delantero, intentaba decirle que estaban bien, que la querían y que nunca la habían dejado; sin embargo, ella no veía nada. “Lo pasaba mal… no tenía por qué. Eran tan, tan felices” dijo Jessica. “Se trataba de amor, de puro amor que manaba de ellos y se detenía justo frente a ella! Y no lo percibía” . Fue una extraordinaria lección que ayudó a Jessica a mitigar algunos de sus actuales sentimientos de pesar. Por increíble que parezca dado el reciente trauma experimentado con su hijo, su sufrimiento era opcional, innecesario. Solo tenía que ver bailar a la pequeña cerca de ella. Si sabe que Elliot muy probablemente sigue amándola no lejos del aire que respira, no tendrá motivos para volver a sentir ese dolor insoportable. Al día siguiente en la sesión que hicimos juntas, Jessica entró y salió de numerosas vidas pasadas. En una, era la hija de una especia de curandero hermético, un alma sabia y avanzada a su tiempo; a la larga, ella tuvo su propia familia pero murió joven, dejando a un niño pequeño al que amaba. Jessica creía que el niño de esa vida era Elliot. “Es como si esta vez nos hubiéramos intercambiado el sitio. Yo le dejé pronto en aquella vida, él me ha dejado pronto en esta. Vaya”, dijo, comprendiendo de pronto “En esta vida él no me castigaba en absoluto. Solo me mostraba cómo era eso de ser abandonado en vez de ser el que se vaya pronto. Pero el amor no desaparece. Nosotros sí, el amor nunca” Percibía que, en la regresión, Elliot también era su amado padre. “Parecía entenderlo todo” añadió, “Era muy cariñoso. No le molestaba nada. Todo lo hacía con delicadeza y ternura para que la humanidad fuera mejor”. Las vidas de Jessica con Elliot eran innumerables, antiguas, surgían a lo largo de los años a medida que sus almas se trenzaban una y otra vez para enseñar, aprender, amar. No era casualidad que él hubiera aparecida en la vida actual de ella; estaba intrínsecamente vinculado a Jessica, de quien era una parte, si bien la forma, la relación y las circunstancias variaban siempre. Mientras estaba sentada frente a mí, su rostro cambió por completo. No se apreciaban arrugas de tristeza, ni ojos cansados; solo amor, felicidad, incluso entusiasmo. Por extraño que parezca, ni siquiera parecía ya humana; con su color rubio y su expresión beatífica, era realmente como un ángel, un espíritu dichoso, resplandeciendo con una paz que iba más allá de las palabras. Estaba radiante, y la luz transformaba todas y cada una de sus partes. Se acababa el tiempo. No creo que Jessica pudiera llegar a ser más feliz, lo que suena un tanto retorcido si tenemos en cuenta la razón por la que había venido a verme. Presenciarlo fue algo increíble. Trabajas bien, le dije al cielo. Concluí la sesión llevando mentalmente a Jessica a un tranquilo campo de flores silvestres y haciendo que visualizara a su guía, que se reunía con ella para orientarla sobre cómo podía seguir curándose también tras salir de la consulta. El guía de Jessica, su sabio y bondadoso maestro, era, por supuesto, Elliot. Ella se imaginaba sosteniendo el pequeño cuerpo de bebé que comenzó a emitir una luz brillante. Elliot abrió los ojos. (Después de la sesión, Jessica se maravillaba de esto. “Nació clínicamente muerto. Nunca le vi los ojos”) En la mente de ella, Elliot le daba con la mano en la nariz y le guiñaba el ojo, como si estuviera diciendo “te he pillado!”, como si todo aquello, esa voltereta que daban juntos por tantas vidas, ese incesante borboteo de muertes y nacimientos sucesivos, no fuera más que una broma cósmica. Aquí, Jessica, como le sucedería a cualquiera, sufría por la pérdida de un bebé sano, el cuerpo y el cerebro súbitamente muertos, pero el propio Elliot no podía tomarlo en serio; lo único que tenía que decir sobre la cuestión era algo como “se acabó mi turno; ahora te toca a ti!”. Para Jessica, el bebé Elliot, que ahora estaba dándole palmaditas en la barbilla y haciéndole guiños, era sin duda el adulto y ella el niño: la de él era un alma vieja y afectuosa, realmente un maestro adelantado. Cuando Jessica lo cogió en brazos, el cuerpo de él comenzó a desaparecer, disolviéndose en la luz brillante cada vez más fuerte, cada vez más intensa, hasta ser él muy grande y estar más allá de los cuerpos, y su luz llenó el campo entero. Las flores silvestres, la hierba y el inmenso cielo azul resplandecían con su luz. El niño era más grande que Jessica, mayor que cualquier cosa imaginable. Hice de nuevo reflexionar a Jessica sobre sus sentimientos de responsabilidad, sabiendo que un alma tan vasta que abarcara el mundo entero jamás podría apagarse debido a una decisión individual, un accidente único. Ella se limitó a reír, como si la propia pregunta que no había dejado de hacerse ya no tuviera sentido. “¿Quién tuvo la culpa de su muerte? Yo, los médicos, nadie. Da igual. Es que da igual”A continuación, Jessica se vio embarazada, y enseguida con el bebé sano entre sus brazos en una habitación de hospital. Ese niño no era Elliot, pero estaba realmente con ella, un estallido de luz. “Está irradiando la habitación entera”, musitó ella. “Es como si las paredes percibieran rayos de luz. Él es todo, está en todas partes” Mientras Jessica sostenía al nuevo bebé, Elliot sostenía a Jessica. El hijo besó la cabeza del bebé una y otra vez. No había tristeza ni dolor, solo el amor más puro mientras Elliot velaba protectoramente por elllos. Aunque Jessica no estaba segura de si ella y su esposo querían más hijos, recuerdo que analizó minuciosamente todos los detalles sobre planes, partos y médicos mientras pensaba en lo que pasaría, lo que podía pasar, lo que pasó.Creí que le sería de ayuda saber cómo fue el nacimiento, pero ella sonrió mientras hacía caso omiso de la sugerencia como si fuera del todo irrelevante. “No importa. Son detalles humanos. La respuesta a su pregunta es que tuve una cesárea, pero da igual. Estoy dando el pecho” Bajó la vista al bebé que tenía en brazos, perfectamente consciente de que Elliot estaba presente en la habitación y en sus vidas. “Estoy dando el pecho” . Jessica derramó lágrimas de alegría; yo también. Me sentí sobrecogida ante el alma infinita y el amor de Elliot. Nada podía hacerle daño, es decir, a ninguno de nosotros tampoco podía hacernos daño nada. ¿Qué margen hay en el amor para la pena? ¿Qué significa la muerte de una persona cuando podemos volver a estar con ella en nuestra mente, cuando podemos volver a abrazar su cuerpo y ella puede abrazarnos a nosotros, cuando por fin podemos verle unos ojos que jamás vimos con claridad aquí en la tierra?. Nuestros propios ojos siguen cerrados a todo el amor que nos rodea y sufrimos al imaginarnos solos o abandonados, cuando lo único que hemos de hacer es simplemente abrirlos para descubrir que nuestros seres queridos están bailando y bailando con nosotros en el campo hasta el fin de los tiempos.
Amy Weis. Fuente: https://miraralcielo.net/2014/03/12/bailando-en-el-campo-fragmento-del-libro-los-milagros-existen-de-brian-y-amy-weiss/
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