¿Qué hay de malo en mi? ¿Por qué mi dolor no se ha ido aún?
A
veces, cuando estás tratando de sanar tu dolor, o perdonarlo, o
liberarlo, o incluso ‘aceptarlo,’ lo que en secreto estás tratando de
hacer es deshacerte de él. En eso hay resistencia; violencia, incluso.
No quieres que este momento sea como es. Este momento se ha convertido
en tu enemigo. Quisieras ser alguien más o estar en otro lugar.
Te
has dividido en dos: yo Vs. mi dolor. El dolor es visto como un
terrorista dentro del cuerpo, un obstáculo para la paz, un gran error
cósmico. Sientes como si tu organismo estuviera en tu contra, que has
fallado, que el sanar está lejos, que eres una víctima, una causa
perdida. El dolor es a menudo asociado con sentimientos de fracaso,
abandono y desesperación.
Pero el
sanar nunca está lejos, amigo, y tú no estás perdido. Y entiende esto:
el sanar no necesariamente implica la desaparición de los síntomas. ¡No!
Sanar podría implicar la permanencia del dolor, en este momento. Tal
vez, incluso, su intensificación.
No
estás lejos de sanarte. Verás, el sanar no es un destino final, sino
una invitación siempre presente a recordar lo que realmente eres. Es una
invitación al amor, en cada momento de nuestras vidas.
En el amor, el dolor no es atacado, sino acogido en su propio hogar. Tú no estás contenido ‘en’ el dolor, el dolor está ‘en’ ti; acogido en tu inmenso corazón.
Es aceptado, incluso honrado por lo que es: una poderosa expresión de
la vida misma, sin importar lo indeseable o inesperado, lo intensa o
incómodo que resulte. No está fundamentalmente en tu contra, más bien se trata de una parte asustada, dentro de ti mismo, que quiere desesperadamente ser amada, incluida. No se trata de una amenaza, sino quizás, de tu más grande maestro, de tu más poderoso llamado a tu Presencia, a la vida misma.
Este
es un amor firme, sin duda. Una invitación muy antigua a soltar todos
los sueños con respecto a cómo debía lucir este día, y honrar la forma
en como se ha presentado. Una invitación a ser inmenso, lo
suficientemente inmenso como para recibir a la alegría y al dolor, a la
decepción y a la alegría, al aburrimiento y a lo divertido de la vida. Y
tal vez una invitación a la gratitud, por la vida que has llevado, por
cada precioso aliento, por el alimento que se te ha dado, por la
capacidad de amar, de perdonar, de conectarte, por ser capaz de
encontrar el descanso, incluso en los momentos más oscuros.
Quizás
tu dolor contiene tu propia medicina, las tan necesitadas enseñanzas de
serenidad, Presencia, y de no dar nada por sentado.
No te apresures a etiquetarlo como algo ‘negativo’ y a buscar su
trascendencia u obliteración. Aquí hay una invitación para ser un poco
más amable con él, sin importar lo cegadora que resulte su apariencia.
No galopes hacia su aniquilación, más bien ve un poco más despacio, sé
curioso, siente su fuego, su dignidad está en su ferocidad.
Tu
dolor podría desaparecer mañana. Eso es posible, aunque la intención no
es aferrarnos a la esperanza. Estamos interesados sólo en la verdad,
ahora; el dolor exige la verdad. Así que por hoy, honremos nuestro dolor, por el tiempo que permanezca aquí.
La
Presencia es la medicina más poderosa, independientemente de la
medicina que estemos tomando o no a la hora de buscar algún tipo de
comodidad física. En Presencia, dejamos de ser las
víctimas, porque nos hemos alineado con ‘lo que es’, nos hemos puesto
del lado de la vida. Y de eso se trata la verdadera sanación.
De aceptar el Ahora.
Amigo, tu dolor podría ser solamente el reflejo de cómo se siente sanar. No se supone que deba desaparecer en este momento.
Jeff Foster
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