Honro tu memoria mi amado hijo Adrián.
El fallecimiento no se olvida, sin
embargo se puede integrar en la vida de forma que resulte una experiencia
transformadora
La muerte y el nacimiento forman parte del ciclo natural
de los seres vivos y son las dos únicas certezas que tenemos en la vida. Sin
embargo, la muerte de un hijo es la peor de las pesadillas para los padres, con
la que se aprende a convivir. “El dolor de esta pérdida no desaparece, aunque
sí se puede transformar e integrar con el tiempo. Sin olvidar que no hay
recetas, pautas, ni tiempos, porque cada caso es único y lleva su propio
proceso y ritmo”, explica Tew Bunnag, Tew Bunnag, fundador de la Asociación Vinyana, dedicada a realizar cursos sobre el
acompañamiento espiritual durante la muerte y el duelo.
Las personas que pierden a un ser querido, en este caso a un hijo, viven un
duelo o proceso de adaptación que ayuda a restablecer el equilibrio personal y
familiar roto por el fallecimiento y que se caracteriza por tres fases:
tristeza, pérdida e integración. En caso de que el niño o adolescente esté enfermo
y haya previsión de muerte, el duelo de los padres comienza desde el momento en
que se conoce esta circunstancia. Cuando el niño muere de manera repentina e
inesperada, se produce un shock que sume en el caos y la depresión a los
familiares. En ambos casos, “el acompañamiento espiritual, de carácter laico o
aconfesional, por parte de una persona con formación y experiencia sobre las
emociones, conflictos familiares y proceso del duelo que se generan en torno a
la muerte de un hijo resulta de ayuda en esos momentos tan difíciles”, explica
Tew Bunnag.
La
figura del acompañante espiritual de la persona moribunda y de los familiares
que están en duelo por la pérdida está instaurada en hospitales de otros países
europeos, como Inglaterra, pero en España no se contempla como tal. “Es
necesaria una formación específica para ayudar a recorrer el camino de la
muerte y del duelo desde la escucha y el respeto, que no incluye consejos ni
frases hechas, como no pudiste hacer nada, el
tiempo lo curará”,
comenta Vicente Arraez, médico especialista en cuidados intensivos durante 38
años y cofundador de la Fundación Metta.
Cada duelo por la muerte de un
hijo es diferente y personal
Cada
padre y madre vivirá el duelo por la muerte de su hijo de una manera única y
diferente, pero existen algunas orientaciones, como las recogidas en la Guía para familiares en duelo,
recomendada por la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), con
orientaciones que comentan y completan Vicente Arraez y Tew Bunnag, entre
ellas:
Aceptar que el duelo aparecerá y lleva su proceso y tiempo distinto para cada persona. Esta experiencia cumple la función
de ayudar a la adaptación ante la pérdida del hijo y a mantener el vínculo
afectivo con la persona fallecida para que resulte compatible con la realidad
cotidiana de los padres. El duelo también deja espacio para momentos de
recuperar la alegría, la sonrisa o el disfrute ante las nuevas experiencias de
la vida y hay que permitírselos sin culpabilidad.
- Solicitar ayuda para transitar por el duelo si se necesita. En la
muerte, como en la vida, se hace camino al andar y si en ese recorrido de
la experiencia de la muerte de un hijo, los padres sienten que necesitan
apoyo profesional, ¿por qué no solicitarlo?
- La comunicación entre los padres para poder
expresar lo que sienten ante la muerte de su hijo. Darse permiso, sin
culpabilizarse, para vivir los sentimientos y emociones que aparecen de
manera habitual en estos casos como: la tristeza, el pánico, la
impotencia, el enfado, la rabia o incluso la sensación de alivio por la
muerte de su hijo al interpretar que de esa manera no sufre más tras una
larga enfermedad.
- Evitar las mentiras con el niño o adolescente que va a morir. Si el niño
solicita información sobre su situación, qué le va a ocurrir o hace
preguntas como ¿voy a morir?, se puede adaptar el mensaje para que sea
acorde a su edad o preguntarle, ¿qué te preocupa? para motivarle a
explorar y expresar sus propias emociones al respecto. Todo se puede
abordar desde la honestidad, el amor y la compasión. No obstante, hay que
tener en cuenta que los niños viven su propia muerte de una manera más
sencilla y natural que los adultos, porque tienen menos prejuicios y
experiencia sobre el tema.
- La vulnerabilidad o el coraje son dos opciones para despedir
al hijo que va a morir. Cuando los padres están en la
traumática y complicada situación de despedirse de su hijo que va a
fallecer, la autenticidad puede ser la forma más respetuosa de decir
adiós. Aceptar todo lo que salga del corazón, como las lágrimas y la
tristeza, puede ser una opción, pero también el hecho de hacer un último
esfuerzo de coraje al mostrar solidez para acompañar al hijo en sus
últimos pasos de vida.
- Ritualizar la despedida del fallecimiento del hijo con un
acto íntimo familiar que ayude a integrar la pérdida y que sea diferente
al entierro o la cremación. Puede tratarse de la lectura de poesía, cartas
o la escucha de determinadas canciones significativas. Un acto que conecte
a la familia con el hijo que murió y que se puede repetir tantas veces
como sea necesario.
- Recoger y recordar el legado del hijo fallecido con una
acción en su honor que se mantenga en el tiempo.
Preguntarse ¿qué hubiese hecho mi hijo en esta vida de no haber fallecido?
El abanico de posibilidades puede ser muy amplio, desde ser voluntario
para ayudar en determinadas causas sociales a colaborar con una asociación
sin ánimo de lucro. Continuar ese legado, conectado con el alma del hijo
fallecido por parte de los padres, puede ayudar a integrar el duelo por la
pérdida.
Situaciones que pueden
acontecer alrededor de la muerte de un hijo
Los
padres pueden experimentar diferentes sensaciones y vivencias cuando su hijo
fallece. Algunas de ellas pueden ser los conflictos familiares fruto de los
diferentes puntos de vista sobre cómo abordar el duelo (hay quien quiere hablar
sobre ello y quien prefiere no mencionarlo). Las sensaciones físicas pasajeras
asociadas a la fase del duelo también pueden manifestarse, desde: alteraciones
del sueño, fatiga, falta de energía, hipersensibilidad al ruido o sensación de
opresión en la garganta y en el pecho. Asimismo, las emociones que pueden
aflorar de manera temporal cuando muere un hijo son variadas y personales.
Algunas de ellas pueden ser: tristeza, culpa, enfado, rabia, bloqueo, ansiedad
o insensibilidad.
La muerte de un hijo como experiencia
transformadora y espiritual
La
muerte de un ser querido, en este caso un hijo, puede resultar muy dolorosa
pero también transformadora, como en alguno de los casos que nos cuentan
Vicente Arraez y Tew Bunnag, que han acompañado a niños a la hora de morir, así
como a sus familiares.
“La
enfermedad y la muerte nos pueden aportar una conexión con nuestra parte
espiritual más allá del cuerpo físico, como en el caso de un niño recién nacido
con una enfermedad congénita y que iba a morir. Su madre tenía la expectativa
de su recuperación, hasta que un día me llamó y me dijo que se había dado
cuenta de que su bebé se comunicaba con ella a través de la mirada y se
establecía una gran conexión entre los dos. La madre entendió que había llegado
la hora de quitar el respirador a su hijo y despedirse. Cuando llegó ese
momento, con un silencio absoluto, quienes estábamos acompañándoles, sentimos
una energía alrededor de paz inmensa, amor y compasión”.
“Cuando
llegan los últimos instantes de la vida de un niño o adolescente se percibe en
su rostro que alcanzan una gran serenidad y paz profunda, a pesar del dolor que
hayan sufrido por una enfermedad. Suele ocurrir que experimenten episodios como
que su abuelo les ha venido a visitar, aunque esté muerto. Y es que en la
muerte, como en el nacimiento, se producen fenómenos inexplicables a través de
la razón, que conviene no desechar ni racionalizar, porque entonces perdemos el
valioso misterio que nos ofrecen esos momentos tan transformadores”.
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