No es justo, Dios, mandarme tanto dolor.
El Señor me respondió… — ¿Acaso me ves como un castigador?
—No, Señor, contesté, pero, ¿por qué me mandas tanto dolor si sabes que no aguanta más mi corazón?
—Lo sé, hija, respondió. Sanarás ese dolor, te regalé un ángel ¿sabes?, son muy pocas las mujeres que escojo para esta hermosa bendición.
—Sí, Señor, pero yo lo quería conmigo: abrazarlo, consentirlo, cantarle al oído y ahora ya no está conmigo, me siento morir.
El Señor me miró y me dijo: —Ahora él lo hará contigo.
Te protegerá del enemigo, te abrazará cuando tengas frío, y te dirá que te ama todos los días al oído.
—Señor, le dije, déjame verlo, aunque sea un segundo.
— ¿Quieres verlo?
— ¡Sí!, es lo que más anhelo…
—Duerme, pues, te regalaré eso en un sueño.
Cerré mis ojos y la voz del señor decirme: “Ve allá donde está aquella hermosa mujer, la que tiene a ese angelito en su regazo y lo arrulla con tanto amor y la duerme en sus brazos. ¿Puedes verla?”
—Sí, señor, ¿quién es ella?, respondí.
El señor contestó, —Es mi querida madre, ella duerme a tu hijo…
Hoy en la mañana lo encontramos muy triste y le hemos preguntando por qué. Nos dijo: “Cuido a mi mamita aquí desde el cielo, pero no deja de llorar, ¿será, señor, que algo le dolerá?”. Mi madre le contestó: “Sí, hijo mío, ella llora como yo lloré a mi hijo, sufre como yo sufrí al perderlo. Esas lágrimas son de dolor, pero no un dolor cualquiera hijo, es el dolor más profundo que el corazón de una madre pueda sentir”. Mi madre le sonrió y continúo diciendo: “Debes de sentirte muy orgulloso. Tu mamá llora por tu ausencia, te extraña, pero vamos a calmar ese dolor”. Tu pequeño asombrado preguntó: “¿Cómo?”. —Tú tienes esa misión… — dijo mi madre. Luego lo llevó y lo durmió.
— ¿Ese es mi hijo, señor? —Pregunté maravillada.
—Sí, ese ángel radiante y lleno de luz pura es tu hijo.
Unas lágrimas bajaron de mis ojos, no sé si de dolor o emoción, y envuelta en llanto le dije: — ¿Me dejas tocarlo, abrazarlo, besarle? Por favor, Señor.
—No, me respondió, no no vez que duerme tan dulcemente.
— Señor, es tuyo para toda una vida, tú lo tienes aquí para siempre. Concédeme lo que te pido ya que no lo puedo tener más conmigo.
El Señor suspiro profundamente y con voz consoladora me dijo: “Yo sé que eres la mejor madre, mi Padre sabe por qué te escogió. Sé que lo amas más que a tu vida misma y lo extrañas, pero, Dios mi Padre, lo llamó porque necesitaba un ángel con mucho amor en su corazón. No te puedo conceder lo que me pides, pero si te digo que mi Padre te llamará algún día y ya lo tendrás contigo para toda la eternidad. No llores más. Ahora tu hijo tiene la misión de quitarte ese dolor, así que vete tranquila. Tu hijo con mi Madre duerme y con mi Padre habla y muchas misiones tiene. Siéntete siempre feliz porque un ángel brilla ahora siempre para ti”.
Mi corazón se conmovió de alegría y por último dije: “Señor abre tu mano…. ¿es mucho pedir?”
El Señor extendió su mano. “Llévale este beso por mí”.
Todo quedó en silencio, y mientras despertaba, lentamente escuché una voz decir: “Todos esos besos ya se los he dado por ti”.
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