Los problemas de los chicos no
son independientes de nosotros, los padres . Por Jaguit Rabbi
Cada vez que subo a un avión camino a enseñar algo en alguna parte del mundo, rezo. Luego de la organización logística que implica para mi un viaje de este tipo (más allá del evento mismo, ocuparme de que mi pareja y mis hijos no mueran de hambre mientras no estoy, lo que significa preparar la heladera como si se aproximara una guerra) me tomo el tiempo suficiente para pedir al Creador solamente una cosa: la inspiración para llevar las fuerzas necesarias para renovar el alma de aquellas personas que estoy por conocer. Esta vez surgió en mi un rezo corto: “Dios, úsame.” Una versión personal de un rezo famoso de San Francisco de Asís: “Señor, hazme un instrumento de tu paz...”
Y este rezo fue respondido en forma inesperada. No sólo me dio las palabras exactas para transmitir el seminario Gimnasio para la Vida en Europa sino también me dio una experiencia nueva como maestra: la capacidad de captar el mensaje del alma de un joven que ya no está en este mundo y transmitírselo a su madre.
En el salón de Luxemburgo donde llevamos adelante el seminario, se sentaba justo frente a mí una mujer de unos cincuenta años que se presentó con lágrimas en los ojos: “Mi nombre es Andy, soy de Francia. Llegué a Luxemburgo hace seis meses para empezar mi vida de nuevo. Me separé hace no mucho tiempo y perdí un hijo. Mi hijo se suicidó hace un año.”
Los que no sucumbieron en lágrimas ante el dolor de esta mujer, no pudieron evitarlo cuando llegó la última parte del seminario en la que se invitó a cada participante a escribir una bendición para sus hijos. Andy escribió la bendición para su hijo fallecido. Todos lloramos. Y yo supe que volvería a verla pero esta vez en un Encuentro Personal.
Cuando terminó el seminario y volví al hotel, le envié un mail y quedamos en reunirnos un día antes de mi viaje a Barcelona (el siguiente destino de Gimnasio para la Vida).
Nos encontramos en un café y ella empezó a contarme la historia de su vida: “Una semana antes de casarme, mi ex marido me puso contra la pared y con las manos alrededor de mi cuello, amenazó con estrangularme. Pero yo era muy joven y pensé que si tantas personas habían sacado pasaje para venir al casamiento, entonces ya era tarde para cancelarlo. Y así fue que me casé igual. Debido a mi educación católica, no tuve el coraje para siquiera pensar en divorciarme a pesar de que en nuestra casa reinaba la violencia. Y el que más la sufría era Saúl. Su padre lo maltrató físicamente pero sobre todo emocionalmente.”
Luego de describir un episodio de mucha violencia, hizo una pausa para limpiar las lágrimas que inundaban su rostro y me dijo: “Vos sabes que en el nuevo testamento está escrito que lo que Dios unió, el hombre no puede separar. Y así fue que incluso después de eso, tampoco me separé.”
Le pedí un minuto para explicarle el verdadero significado de esta frase, tal como lo enseña el autor de El Mensaje del Grial. Cuando Jesús dijo esas palabras, se refería a una conexión entre dos almas que fueron destinadas una para la otra según un plan superior, un plan divino. Y cuando eso ocurre, queda automáticamente prohibido a terceros, interferir y causar la separación entre ellos. Por ejemplo, cuando los hijos eligen por amor, una pareja que no satisface las expectativas de sus padres, ya sea por motivos económicos, religiosos o los que sean. Los padres, según estas palabras, tienen prohibido interferir.
Andy me miraba sorprendida y agregué: “El tema es que el mensaje de Jesús, que fue un mensaje espiritual, fue interpretado en forma material, intelectual y así lo que Dios unió se transformó en equivalente al poder de la iglesia y entonces quienes se casan a través de sus representantes, luego tienen prohibido separarse.”
Largo silencio.
“No sé de qué cultura venís vos, pero de donde yo vengo” siguió contando Andy “hay que trabajar mucho y ganar mucho dinero para poder tomar vacaciones caras, mandar a los chicos a un colegio caro, comprar ropa cara y por último ir a un hogar de ancianos caro. Y así, mi ex marido y yo trabajamos sin parar en trabajos bien pagos que requerían cambiar de país muy seguido. Mis otros dos chicos se adaptaron fácilmente a los cambios y al hecho de casi no verme. Pero Saúl era distinto. Era un niño muy sensible, un artista en esencia, y no sólo sufrió la falta de amor en el hogar sino también en la escuela. Los chicos lo maltrataban, no podía acostumbrarse a los distintos idiomas y con los días se fue volviendo un niño solitario y triste. A veces nos encontrábamos a la noche tarde, me abrazaba, me pedía que me quedara con él y me preguntaba si existía la posibilidad de que me separara de su padre. Pero yo tenía que trabajar y trabajar y trabajar… y no estaba ahí para él.”
Las dos lloramos.
¿Acaso hay algo más doloroso en esta vida que darte cuenta que no estuviste para tu hijo a pesar de que te lo pidió expresamente una y otra vez y ahora está muerto y no se puede hacer nada? ¿Cómo se puede seguir viviendo con ese peso sobre los hombros, con la culpa clavada en el alma día y noche? ¿Y qué palabras podía ofrecer yo para fortalecer el espíritu de esta mujer?
“¡Dios úsame!” Recé sin voz. “Dame las palabras para consolar y fortalecer el alma de esta mujer tan miserable.”
Y de repente palabras comenzaron a fluir a través mío. No fueron palabras recibidas a través de una inspiración. Fueron palabras que yo pude reconocer como palabras del alma de Saúl.
“No te angusties. Yo vine a enseñarte que lo más importante en la vida es el corazón y el abrazo.”
Andy me miró asombrada.
“¡No puedo creer lo que estás diciendo Jaguit! En la habitación de Saúl había un póster enorme que él colgó sobre la pared donde se veían todos los órganos del ser humano y en color rojo el corazón. Y arriba de todo estaba escrito: lo más importante en la vida es el corazón y el abrazo.”
Sí. Fue su alma que habló a través de mí. Yo volví a vaciarme toda para poder captar el mensaje que él quería trasmitir a su madre.
“Yo vine a enseñar a toda la familia pero especialmente a vos mamá. A amar. Saber que lo más importante es el corazón, el abrazo. Lamentablemente no pude despertarte en vida y por eso mi muerte es un intento desesperado de enseñarte esta lección. Mamá, yo no pude seguir en mi camino y estoy atado a vos hasta que aprendas a conectarte con el corazón. No llores y no te angusties por mi partida. Abrí tu corazón para que una abundancia de amor pueda fluir a través tuyo hacia quien más lo necesita. Si lo logras, mi muerte no habrá sido en vano y mi alma va a poder ser libre y feliz. “
Andy temblaba.
Yo traté de explicarle las palabras de Saúl: “Entre padres e hijos hay un pacto de almas, tal como expliqué en el seminario cuando llegamos al ejercicio 10 en Gimnasio para Padres. ¿Sabes cuál es la diferencia entre un pacto y un contrato?” le pregunté. Movió su cabeza como diciendo que no. “Cuando se firma un contrato, cada una de las partes puede rescindir el contrato si éste ya no le resulta útil. Pero en un pacto, no. En un pacto, cada uno es garante de la felicidad del otro y ambos están dispuesto a tomar sobre sí mismos un sufrimiento si fuera necesario, para que su socio-aliado despierte.”
Andy me seguía con atención entonces continué: “El pacto más sagrado es el que existe entre los hijos y sus padres. Porque las leyes de la reencarnación no permiten ninguna casualidad respecto de la elección del alma en el período de gestación. Es por eso que cuando un niño percibe de manera inconsciente que sus padres no están donde tienen que estar en la vida, es capaz de tomar para sí una determinada dificultad (de salud, social, en la escuela) para despertarlos. En esa dificultad, él hace de espejo para sus padres. Si los padres se atreven a verla como algo propio y se hacen cargo, en lugar de tratar al niño o castigarlo, la dificultad desaparece sola.”
Lagrimas. Muchas lágrimas.
“Andy, te prometo que algún día vamos a estudiar juntas por qué el alma no deja de existir después de la muerte. Pero ahora lo importante es que entiendas que el alma de Saúl sigue poniéndote un espejo. ‘Lo más importante es el corazón.’ No sigas con el duelo, no te culpes a ti misma y no sigas trabajando como loca para tratar de olvidar el dolor. Porque si haces eso, su muerte habrá sido en vano. Pero si la tomas como el regalo más grande que alguien le puede dar a tu alma y creces hacia el amor, los dos tendrán una redención.”
“¿Cómo?” Dijo Andy entre esperanzada y desesperada.
“Escucha tu corazón. Él va a saber guiarte. ¿Te acuerdas lo que paso el sábado al final del seminario?”
“¡Obvio!” Me respondió de inmediato. “Me senté justo cerca de Haled, el chico que se escapó de Siria y que justo tiene la edad de Saúl. Yo pensé que él está acá sin mamá y yo estoy acá sin hijo y quizá nos podemos ayudar. Quizá no es casualidad.”
“Exactamente Andy. Nada es casualidad. De aquí en adelante la vida te dará reiteradas oportunidades para abrir tu corazón. Para amar. No las pierdas. No decepciones a Saúl.”
“No lo voy a decepcionar” me dijo. “Lo prometo.”
“Disculpen, ¿quieren pedir postre?” Preguntó el mozo algo incómodo.
“No, gracias.” Dijimos las dos al mismo tiempo.
Andy sacó de su cartera una foto de Saúl y me la dio.
“Jaguit, quiero que la tengas vos. A lo mejor si escuchas algo más de él, ¿me escribís?”
No tenía palabras, sólo lágrimas.
“Sabes” me dijo “el día del cumpleaños de Saúl, después de su muerte, decidí finalmente separarme de su padre. Y cuando escribía la carta de despedida sentí que alguien me dictaba. Le escribí que lo perdono, que no quiero vivir en rencor y que le deseo a él y a todos los integrantes de nuestra familia que encuentren paz y amor. ¿Piensas que a lo mejor fue Saúl quien me ayudo?”
Sonreí.
Justo antes de despedirnos me miró y me dijo: “no sabía por qué elegí venir a vivir a Luxemburgo. No tenía ninguna razón en particular. Simplemente escuché mi corazón... o a Saúl.” Se rió. “Pero ahora sé que llegué acá para encontrarme con vos.”
La felicidad de mi alma era suprema porque como dice el refrán: “salvar un alma es como salvar al mundo entero.”
En GIMNASIO PARA LA VIDA aprendemos a tomar conciencia de que los problemas de nuestros hijos tienen todo que ver con nosotros, los padres.
Fuente: http://www.elproyectoalma.com/articulo/mi-hijo-sufre-y-yo-28
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