En tu memoria mi amado hijo Adrián
El
individuo se encuentra involucrado en la cadena de la causalidad. Su vida se
compone de causas y efectos. Es a la vez una siembra y cosecha. Cada uno de sus
actos son una causa que debe ser equilibrada por sus efectos. Él escoge la
causa (este es el Libre Albedrío) pero no puede elegir, alterar ni evitar el
efecto (este es el Destino); por lo tanto, libre albedrío significa el poder de
iniciar causas y destino es la participación en los efectos. Por tanto, es
cierto que el hombre está predestinado a ciertos finales, pero él mismo tiene
que emitir el mandato (aunque él no lo sepa); no se puede escapar de lo bueno o
lo malo que provenga de lo que ha originado por sus propias acciones.
Puede que aquí se argumente que el hombre no es
responsable de sus actos, que estos son los efectos de su carácter y que él no
es responsable del carácter, bueno o malo, el cual le fue dado en su
nacimiento. Si el carácter se “le da” al nacer, esto sería cierto y no habría
entonces ninguna ley moral, ni tampoco ninguna necesidad de enseñanza moral;
pero los caracteres no se les dan ya hechos, evolucionan; de hecho, son los
efectos, los productos de la misma ley moral, que son el producto de los
hechos. El carácter resulta de una acumulación de hechos que han sido apilados,
por así decirlo, por el individuo durante su vida.
El hombre es el hacedor de sus propios actos; como tal, es
el fabricante de su propio carácter y como el hacedor de sus actos y el
fabricante de su carácter, es el moldeador y forjador de su destino. Él tiene
el poder de modificar y alterar sus actos. Cada vez que actúa, él modifica su
carácter y con la modificación de su carácter para bien o para mal, está
predeterminando por sí mismo nuevos destinos, desastrosos destinos o benéficos
de acuerdo con la naturaleza de sus acciones. El carácter es el destino mismo,
como una combinación fija de actos, lleva en sí los resultados de esas
acciones. Estos resultados se encuentran ocultos como semillas morales en los
oscuros recovecos del carácter, esperando su temporada para germinar, crecer y
dar fruto.
Extracto “El Dominio del Destino” – James Allen /
Traducción – Marcela Allen
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