Psiquiatra que escribió varios libros y revolucionó el para paradigma científico-materialista del
siglo XX.
Aconsejo que lean La rueda de la vida y La muerte un amanecer.Todas las personas interesadas en conocer qué hay después de lo que algunos conocen como “muerte”…
Aconsejo que lean La rueda de la vida y La muerte un amanecer.Todas las personas interesadas en conocer qué hay después de lo que algunos conocen como “muerte”…
Extracto del libro La rueda de la vida:
Después del seminario, me acerqué al pastor N., sin saber muy bien cómo decirle que renunciaba. Nos detuvimos ante el ascensor, hablando del seminario que acababa de terminar y de otros asuntos. Cuando él pulsó el botón para llamar el ascensor, decidí aprovechar ese momento para dimitir, antes de que él entrara en el ascensor. Pero ya era demasiado tarde, pues se habían abierto las puertas.
Después del seminario, me acerqué al pastor N., sin saber muy bien cómo decirle que renunciaba. Nos detuvimos ante el ascensor, hablando del seminario que acababa de terminar y de otros asuntos. Cuando él pulsó el botón para llamar el ascensor, decidí aprovechar ese momento para dimitir, antes de que él entrara en el ascensor. Pero ya era demasiado tarde, pues se habían abierto las puertas.
Yo me disponía a hablar, cuando repentinamente apareció una mujer entre el ascensor y la espalda del pastor N. Me quedé con la boca abierta. La mujer estaba flotando en el aire, casi transparente, y me sonreía como si nos conociéramos.
- ¡Dios santo! ¿Quién es? —exclamé extrañada.
El pastor N. no tenía idea de lo que ocurría. A juzgar por su expresión, debía de pensar que me estaba volviendo loca.
- Creo que la conozco —dije—. Me está mirando.
- ¿Qué? —preguntó él. Miró a su alrededor y no vio nada—. ¿De qué está hablando?
- Está esperando que usted entre en el ascensor, entonces se me acercará —le expliqué.
Seguramente durante todo ese rato el pastor había estado deseando huir, porque saltó dentro del ascensor como si se tratara de una red de seguridad. Y en cuanto se hubieron cerrado las puertas, la mujer, la aparición, se acercó a mí.
- Doctora Ross, he tenido que volver —me dijo—. ¿Le importaría si fuéramos a su despacho?
Sólo necesito unos minutos.
Mi despacho estaba sólo a unos cuantos metros, pero fue la caminata más rara y perturbadora
que había hecho en mi vida. ¿Estaría experimentando un episodio psicótico? Había estado
algo estresada, sí, pero no tanto como para ver fantasmas, y mucho menos un fantasma que se
detuvo ante mi despacho, abrió la puerta y me hizo pasar primero como si yo fuera la visita.
Pero en cuanto cerró la puerta, la reconocí. —¡Señora Schwartz!
¿Señora Schwartz? La señora Schwartz había muerto hacía diez meses y estaba enterrada. Sin embargo, allí estaba, en mi despacho, a mi lado. Era la misma de siempre, afable y reposada, aunque algo preocupada. Mi estado de ánimo era bastante diferente, tanto que tuve que sentarme para no desmayarme.
- Doctora Ross, he tenido que volver por dos motivos —me dijo claramente—. El primero, para agradecerles a usted y al reverendo Gaines todo lo que han hecho por mí.
Yo toqué mi pluma, los papeles y la taza de café para comprobar si eran reales. Sí, eran tan reales como el sonido de su voz.
- Pero el segundo motivo ha sido para decirle que no renuncie a su trabajo sobre la muerte y la forma de morir. Todavía no.
La señora Schwartz se aproximó al costado de mi escritorio y me dirigió una sonrisa radiante.
Eso me dio un momento para pensar. ¿Era éste un suceso real? ¿Cómo sabía que yo pensaba renunciar?
- ¿Me oye? Su trabajo acaba de empezar —continuó—. Nosotros le ayudaremos.
Aunque me resultaba difícil creer que eso estuviera ocurriendo, no pude evitar decirle: —Sí, la oigo.
De pronto presentí que ella ya conocía mis pensamientos y todo lo que iba a decirle. Decidí pedirle una prueba de que estaba realmente allí; le pasé una hoja de papel y una pluma y le pedí que escribiera una breve nota para el reverendo Gaines. Ella escribió unas palabras de agradecimiento.
- ¿Está satisfecha ahora? —me preguntó.
Francamente, yo no sabía qué era lo que sentía. Pasado un momento la señora Schwartz desapareció. Salí a buscarla por todas partes; no encontré nada. Volví corriendo a mi despacho y estudié detenidamente la nota, tocando el papel, analizando la letra, etcétera. Pero entonces me detuve. ¿Por qué dudarlo? ¿Para qué continuar haciéndome preguntas?
Como he comprendido desde entonces, si la persona no está preparada para las experiencias místicas, nunca va a creer en ellas. Pero si está receptiva, abierta, entonces no sólo las tiene y cree en ellas, sino que alguien puede cogerla y suspenderla en el aire con un pulgar y va a saber que ese alguien es absolutamente real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario