¿Cuál es el retrato psicológico
de una persona con depresión? ¿Cuál es su mundo? ¿Cuál es nuestra actitud hacia
un familiar o amigo cuando le es diagnosticado un trastorno depresivo? A lo
largo de las siguientes líneas voy a recoger algunos de los comentarios que
algunas personas han compartido conmigo en diferentes sesiones de trabajo
individual. Esto al menos nos ayudará a entender, a comprender y tal vez a acompañar desde otra visión a estas personas en esta
etapa complicada de su vida a salir de la depresión. Es preciso
aclarar que aunque aquí hablemos genéricamente de “depresión”, existen
diferentes tipos y grados y con notables diferencias entre sí, tanto en
sintomatología como en abordaje terapéutico y comprensión. Pero siempre y en
todos los casos, es la persona la que permanece.
Debilitación
de las energías en la persona depresiva
“No tengo ganas de nada. Me
aburre todo. Soy incapaz de concentrarme, de leer un libro y me aburre la
televisión. Solo tengo ganas de estar tumbado. Es como si no tuviese fuerzas
para hacer cualquier cosa, por pequeña que sea. Estoy como anestesiado. Mi
familia y mi entorno dicen que es cuestión de fuerza de voluntad. Que ponga de
mi parte. Que si realmente quisiera podría salir de esto. Pero no puedo, de
verdad que no puedo. No entienden que no puedo”.
Esta es una de las ‘quejas’ más comunes entre las personas que
presentan un cuadro depresivo. Que sus familiares más cercanos y sus amistades
piensen que la depresión es en su mayor parte un asunto de lo que se entiende
por fuerza de voluntad. Y aunque hace falta voluntad para abordar cualquier
enfermedad, el curso de un trastorno depresivo en ningún caso es atribuible a una
presunta debilidad o falta de coraje de la persona. A veces
cuando hablamos de depresión lo hacemos como si fuera un trastorno provocado por
una causa única, generalmente de origen externo y localizado. Pero esto no
suele ser así en todos los casos. Recordemos que la
depresión puede desarrollarse bien por eventos desencadenantes externos
–depresión reactiva- pero también por desequilibrios neuroquímicos a nivel
cerebral. No creo que nadie pensaría que una leucemia se cura solo con
fuerza de voluntad y menos aún que ningún familiar le dijese al enfermo que si
quisiera podría curarse. El trastorno depresivo es un fenómeno muy complejo,
que depende de muchos factores y que puede traer asociado muchos otros
desequilibrios.
Y cuando esta persona dice que “no puedo” es que realmente cree
que no puede. Es importante diferenciar entre la realidad y la visión de su
realidad. Buena parte del trabajo terapéutico
consistirá precisamente en que la persona cambie la manera de ver su realidad.
Del no puedo y soy incapaz, al me cuesta. Del me aburre todo al la mayoría de
las cosas me aburren. Porque la mayoría ya no son todas. Y esto es un
comienzo.
Desvalorización,
desesperanza y sufrimiento
“Siento que no valgo nada, que soy inferior a todos. Ya ni me
comparo con los otros porque sé que los demás son mucho mejores que yo. No
estoy a la altura ni merezco la pareja que tengo. Solo le hago sufrir. Conmigo
a su lado no es feliz. Es imposible ser feliz con personas como yo, no soy
digno de ella. Soy el culpable de su infelicidad y en ocasiones deseo morirme.
Total, para vivir así es mejor morirse. Ni recuerdo cuando fue la última vez
que experimenté alegría por algo. Tengo unas enormes ganas de llorar, pero ni
me salen las lágrimas ¿Qué va a ser de mí?”.
El ánimo depresivo causa mucho dolor a quien lo experimenta,
porque en su base habita la desesperanza y la culpa. La desesperanza porque la
persona tiene el convencimiento de que ya no hay nada que hacer, que ya es
imposible darle la vuelta a esta situación, que esto es así y también lo será
mañana y al otro…y al otro. Por eso y ante esta desesperanza mantenida, no son
infrecuentes las ideas de desaparición permanente, de suicidio, como un medio
de aliviar el sufrimiento, tanto propio como en los ajenos más cercanos. Con
frecuencia anidan en su mente ideas de menosprecio hacia sí mismo y son
precisamente estas ideas las que favorecen que no solo se contemple un conjunto
de problemas de difícil solución, sino a sí mismo como incapaz de darle una
salida adecuada. Y la persona se siente tan culpable de provocar tanto
sufrimiento y sin los recursos suficientes para acabar con esta situación que generalmente desarrolla una sintomatología ansiosa,
con manifestaciones somáticas concretas como la opresión precordial, sensación
de ahogo, palpitaciones y temblores, que provocan un gran malestar general y
que de forma automática retroalimenta su sensación de descontrol y de efecto
túnel.
¿Qué suele ocurrir cuando nos encontramos frente a un familiar o
amigo con este problema? En demasiadas
ocasiones nos puede el intentar hacer ver a la persona lo maravillosa que puede
ser su vida y la familia tan estupenda que tiene o la falta de
problemas económicos, si es su caso. Pero
esto que a nosotros nos puede parecer algo que seguro ayudará a esta persona,
generalmente alimentará su sensación de culpa, que pudiendo tener una
existencia maravillosa sin embargo lo que produce es la amargura y el mal vivir
de su familia.
¿Quiere decir esto que es contraproducente “animar” a esta
persona enfrentándola a la realidad de su vida? No lo es si es la propia
persona quien va recolocando a su propio ritmo todos los elementos que le
acompañan en su existencia y de los cuales ha perdido una referencia sana. Y
esto requiere tiempo y trabajo. Comprensión y acompañamiento a la persona deprimida.
Y confiar. Tal vez es el elemento clave. Confiar en la persona…
y que esta se entere de ello.
Ritmo alterado
a causa de la depresión
“Por las mañanas tengo un miedo
atroz a levantarme de la cama porque se apodera de mí un malestar terrible, con
una tristeza que me acompaña constantemente y mi cabeza que no deja de pensar
una y otra vez en este asunto que me atormenta. Sé que hemos hablado sobre esto
y entiendo que son cosas del pasado y que no debieran afectarme tanto. Pero no
puedo evitarlo. Es curioso, pero por las tardes me encuentro mejor, es como si
viese las cosas con mayor claridad y tomase cierta distancia con todo esto que
me permite respirar. Sin embargo, pensar que mañana volverá a ser lo mismo me
inquieta tanto que me impide quedarme dormido por las noches. Es algo que temo,
no dormir otra vez me angustia”.
Las personas que presentan un trastorno depresivo suelen
fluctuar mucho en sus síntomas a lo largo del día, con marcadas diferencias
según sea la mañana o la tarde. Generalmente
presentan una mejoría de sus síntomas por la tarde en comparación con sus
mañanas, aunque hay personas que no refieren esta mejoría de forma tan
marcada. Paradójicamente esto les crea ansiedad, ya que suelen anticipar el
malestar que “seguro” experimentarán a la mañana del día siguiente. Esto es
debido a un bucle cognitivo que les anima a anticipar de forma profética lo que
les va a ocurrir. Y es precisamente esta acción anticipatoria lo que colabora
activamente a que el ciclo vuelva a comenzar.
Lo mismo ocurre con la dificultad para conciliar el sueño o con
los despertares frecuentes durante la noche. Cuando
la persona ‘sabe’ que no va a dormir, no va a dormir. Curiosa es nuestra mente
¿verdad? Sin embargo, es posible romper este bucle. Muchas personas lo han
hecho y lo hacen, pero una vez más, no es cuestión exclusivamente de fuerza de
voluntad sino de compromiso con un trabajo personal estructurado.
Desconexión
comunicactiva de la persona deprimida
“Hace ya tiempo que no quedo con
nadie. El caso es que no tengo ganas de salir y sobre todo no deseo encontrarme
con conocidos. No soporto que me pregunten cómo estoy y que si debería hacer
esto o aquello. Tengo la sensación que estoy en boca de todos. Es algo que me
enfada tremendamente. Además mira que aspecto tengo. Me miro al espejo y veo
una mujer envejecida y sin ganas de arreglarse ni tan siquiera de cambiarse de
ropa. No tengo ningún interés por nada y hasta me da igual lo que pase por el
mundo, bueno, esto no es del todo así, porque no puedo ver a toda esta gente
que se queda sin trabajo y sufro mucho por ellos”.
La autoimagen que tiene una
persona condiciona en buena parte su vida y sus relaciones interpersonales.
Esta idea es recogida por el psicólogo Friedemann Schulz von Thun en el primero
de sus volúmenes de El Arte de Conversar.
Esto también sucede en las personas que presentan un trastorno depresivo y de
forma muy severa. Generalmente las personas etiquetadas como depresivas, suelen
acceder a abundante información sobre el trastorno, información que en muchas
ocasiones tiene que ver más con opiniones que con rigor científico. El riesgo radica en que la persona admita que,
dado su diagnóstico de depresión, lo ‘normal’ es comportarse como se espera que
lo haga: aislamiento social, abandono personal e incomunicación. Y así se
mezclan en un solo recipiente tanto el síntoma real del trastorno como la
conducta esperada asociada al mismo síntoma. No suele ser un buen cóctel y se
hace necesario durante el trabajo terapéutico que la persona se rebele frente a
la “conducta lógica de un depresivo”.
No se trata en ningún momento de pasar por alto la
sintomatología depresiva. Es necesario atenderla y abordarla con las
herramientas que la ciencia nos facilita. Pero el ser humano es más que su
propio trastorno y requiere y reclama una atención que le contemple no solo
como un organismo que arreglar, sino como un todo con vocación de sentido y
posibilidades de realización aún en la adversidad.
ALFONSO ECHÁVARRI GORRICHO
Psicólogo
Psicólogo
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