Si pudieras hacer una pregunta a Dios, ¿qué le dirías? ¿Sería algo sobre el mundo, sobre tu salud, sobre tus propias emociones? ¿Qué te gustaría saber del amor, la amistad, el sexo?
En estas páginas descubrirás que la conversación más importante no es sólo la que Neale Donald Walsch tuvo con Dios en un determinado momento de su vida, sino la que tú tengas con Él a partir de ahora. El diálogo y tu propia reflexión te ayudarán a superar los obstáculos y a conseguir lo que te propongas. Y no lo olvides: no hay mejor ocasión para intercambiar unas palabras con Él que ahora mismo.
Si alguna vez te preguntaste «¿Dios me escucha? ¿De verdad puede ayudarme? ¿Le importo lo suficiente? ¿Existe un poder superior que pueda resolver mis dudas?», este libro es para ti.
«Haber tenido la compañía de un libro como éste hace unos años me hubiera ahorrado muchos momentos de sufrimiento y de soledad».
Alanis Morissette
Neale Donald Walsch es el autor de la serie de libros Conversaciones con Dios, además de los bestseller Una amistad con Dios y Unión común con Dios, todos en los primeros puestos de la lista de los más vendidos de The New York Times. Sus obras han sido traducidas a veinticuatro idiomas y han vendido millones de ejemplares. En la actualidad vive con su esposa Nancy en Ashland, Oregón. Juntos dirigen la institución ReCreation, cuya finalidad es ayudar a las personas a encontrarse a ellas mismas. Walsch se dedica a dar conferencias y a organizar retiros alrededor del mundo para apoyar y propagar el mensaje de sus libros.
Prólogo
A lo largo de los años todas las emociones que me han embargado, las preguntas que me he formulado y la salvaje pasión que las impulsa me han hecho sentir abrumada.
A través de mi existencia he podido percatarme de que estas preguntas cubren un espectro muy amplio: todo lo que va desde «¿Quién es Dios y a dónde voy al morir?», hasta «¿Por qué estoy aquí?» y «¿Por qué siento cosas horribles respecto a mi cuerpo?»; o desde «¿Por qué al sexo lo rodea tanta vergüenza?», hasta «¿Por qué existe la guerra?»; y millones de preguntas que quedan en medio (iy que son demasiadas para incluirlas en la lista!).
También llegué a sentir que las respuestas que me daban en la escuela, aquellas que debía respetar, generaban en mí una sensación de resistencia. Había, entre todas, muchas respuestas motivadoras y con resonancia, pero también había otras cuyo mensaje transmitía la imposibilidad de elegir la existencia de un sistema patriarcal y la presencia de un objetivo hacia el cual nuestra vida entera debía enfocarse si deseábamos tener éxito (ah, y claro, también había respuestas sobre lo que significaba tener éxito).
Había mensajes de intolerancia y enjuiciamiento, de exclusión y competencia. Todos estos mensajes (y muchos más) generaban una discordancia con lo que percibía dentro de mí. Parecían confusos, equívocos, inconsistentes e hipócritas.Y sin embargo, todo lo que estaba aprendiendo entonces giraba alrededor de esas nociones. El mensaje que recibía indicaba que los seres humanos estábamos apartados, que algunos eran mejores que otros, que no había suficiente de nada y que, por tanto, teníamos que reñir para conseguir lo que se pudiera. Que si deseaba algo que no coincidía con la definición que mis maestros, mi comunidad o la sociedad tenían de lo que era benéfico, era mala persona.
Poco a poco fui absorbiendo estos y muchos otros mensajes. Claro que hubo resistencia y confusión, pero, a pesar de todo, en algún momento me los probé para ver si me quedaban bien. Algunos sólo por un mili segundo para rechazar-los de inmediato, pero hubo otros sobre los que aún continúo reflexionando.
Asimismo, en aquel tiempo decidí no volver a la religión que había abandonado a los doce años: aquella que dejé porque percibí que era rígida y excluyen-te, y que transmitía mensajes hipócritas.
Lo más difícil de abandonarla fue el hecho de que me quedé ante el gran desafío de establecer una nueva relación con Dios. Al no tener religión, me encontré perdida, sin saber por dónde comenzar y, a pesar de que creía en Dios, pasaron muchos años entre el momento en que me despedí y el momento en que conecté otra vez con la religión de una manera en la que me sentí cómoda y transparente con mi nuevo y redefinido Dios.
Un día, al final de una gira que duró año y medio, me senté sola en el jardín de mi casa (un sitio a donde voy con frecuencia cuando necesito un momento de reflexión profunda). Había surgido un gran conflicto dentro de mí: por un lado me sentía agradecida, más allá de toda definición, por poder crear y por haber experimentado todo lo que había sucedido durante la gira. Pero, al mismo tiempo, me sentía incómoda, abrumada y desilusionada por la forma en que estas mismas experiencias podían marginarme y distanciarme (entre muchas otras cosas) de los demás.
Yo había alcanzado todo lo que mi familia y el mundo me habían enseñado a anhelar. Al reflexionar al respecto, que dichos logros se sentían como el resultado natural de mi esfuerzo y que, a su vez, dicho esfuerzo había sido impulsado por distintas motivaciones.
Entre ellas había dos que resultaban ser las más obvias: la primera (y la más relevante), mi deseo de expresarme y comprenderme con honestidad y al mundo en el que vivía. Después sentí que si les ofrecía a otros seres humanos algo con que relacionarse, ellos podrían validar sus experiencias y sentir apoyo
o consuelo. Fue así como surgió en mí el deseo de compartir con la gente estas revelaciones personales y ese amor.
Sentí que si la gente descubría que habíamos tenido experiencias similares nos sentiríamos más conectados. También sentí que al compadecerse de mí estaría inspirando a otros a hacer lo mismo por ellos y que, por tanto, mis expresiones serían, al menos, algo con lo que la gente podría definirse a sí misma de acuerdo con la forma en que decidiera relacionarse con dichas expresiones (es decir, amándolas u odiándolas).
La segunda motivación fue el deseo de trabajar más allá de una visión personal y de satisfacer la curiosidad que me causaba lo que la sociedad indicaba que era el tipo de éxito que debía lograr para convertirme en una persona valiosa.
Para ese punto de mi vida ya había experimentado lo que la sociedad definía como el pináculo que debía alcanzar y, sin embargo, continuaba sintiendo que me hacía falta algo. Me propuse comprender qué era.
Así que fui a la India con la intención de alejarme de la presión que tenía de continuar produciendo a una velocidad apabullante. Me fui a reflexionar y a tratar de ser lo más objetiva posible con respecto a mi existencia.
Alguna vez bromeé con un amigo y le dije que me iba a la India a hacer lo mismo que podría haber hecho en mi propio jardín. No obstante, era mucho más sencillo estar en un lugar donde no me preguntasen: «¿Cuándo va a salir tu nuevo CD?». Claro que es una pregunta inofensiva, pero en ese momento no me ayudaría a solucionar mi situación.
Lo más importante es que, cuando viajé a la India, también pude viajar hacia mi interior. Aunque ya estaba algo familiarizada con los viajes internos, en esa ocasión conseguí llegar a un lugar mucho más profundo. Y encontré dentro de mí un paisaje más inspirador que cualquiera de los países que había conocido.
El viaje fue real y también figurado. Lo hice justamente después de aquella primera dosis de fama, después de haber alcanzado cierto estatus, después de haber manifestado mi forma más real de expresión y de haber experimentado los resultados de ese éxito.
Impulsada por el deseo de sentir cierta paz que no había experimentado aún, pude liberarme con la mejor disposición. Me desprendería de todo: estaba dispuesta a dejar cualquier posesión material, todo símbolo de estatus. Estaba lista para hacer cualquier cosa que fuese necesaria para anular todo lo que no era real y así encontrar la paz. Incluso estaba lista para liberarme de cualquier pretensión de expresarme a través de la música y de las letras de mis canciones, medios a través de los cuales me había sentido muy cómoda desde que era pequeña. Es decir,
que a pesar de que no sabía lo que se requeriría estaba cruelmente dispuesta a hacer lo que fuese necesario para sentirme en paz.
En ese momento parecía que la mayor parte de lo que había estado haciendo no funcionaba. No podía sentir la alegría que, según yo, me correspondía por nacimiento. De alguna forma descubrí que deshacerme de todo no era necesario hacer para alcanzar la paz y la claridad. Pude comprender que esa voluntad de hacer lo que fuese necesario y mi disposición a crecer en territorios desconocidos sería lo que tendría un mayor impacto en la eventual realización de mis objetivos.
Sentí que estaba preparada para liberarme de las expectativas que tanto yo como los demás generábamos de mí. En un intento por descubrir quiénes eran mis verdaderos amigos revalué mis amistades, e incluso, en algún momento, recuerdo haber compartido con un amigo mi preocupación sobre si estaba en el momento adecuado para morir porque, de alguna extraña forma, creía que mi fin se aproximaba. Me siento muy agradecida porque al parecer no fue así. Exploré las voces que hablaban en mi cabeza y que transmitían aquellos mensajes que no tenían que ver con el amor (y hasta la fecha continúo revisando las grabaciones que hay en mi mente).
Por aquel entonces deseaba aclarar cuál era mi verdadero propósito en la vida: evolucionar, expresar, definir, aceptarme y amarme y provocar, en la medida de lo posible, que otras personas también lo hicieran consigo mismas.
Exploré con mayor atención muchas de las enseñanzas que había recibido para ver si me servirían para lograr mis objetivos. Fueron momentos hermosos y terribles también. (Ahora, con mucha frecuencia, cuando despierto por la mañana me alegro de volver a experimentar ese mismo nivel de renacimiento).
En el exterior mi vida no cambió demasiado porque, en realidad, estaba bien preparada. Sin embargo, los cambios internos modificaron la forma en que me relacionaba con muchas cosas.
Cuando fui a la India llevé conmigo un libro que me ayudó a explorar mis verdades más profundas, un libro que alteró mi vida y que tuvo un gran impacto en mí. Ese libro fue Conversaciones con Dios, de Neale Donald Walsch. Poco antes de viajar una amiga me lo regaló. Creo que ella se dio cuenta de la situación en que me encontraba y sintió que ese libro podría ofrecerme un poco de la motivación e introspección que estaba lista para recibir: el texto me dio eso y mucho más.
En cuanto descubrí aquel libro me sentí mucho menos sola. Sentí más comprensión, reafirmación. Me sentí menos demente. Al leerlo derramé muchas lágrimas. Me sentí validada, inspirada, reconfortada. Sentí una conexión con todo
lo que estaba vivo. Me sentí motivada, reconocida. El libro mostraba a Dios de la misma forma en que yo siempre lo había imaginado: incondicionalmente amoroso, congruente y sencillo. Sentí como si volviera a casa.
El libro llegó en un momento perfecto de mi vida. Además, comprendí que haber tenido la compañía de una obra como ésta en el pasado me habría salva-do de muchos momentos de sufrimiento y soledad que experimenté antes de leerlo.
Me alegra mucho saber que el libro se publicó y que, si así lo deseas, lo podrás leer en este momento de tu vida. También me alegra saber que ahora también se encuentra disponible esta versión para jóvenes.
Deseo que este y todos los libros de Conversaciones con Dios te conmuevan de la forma en que lo hicieron conmigo. También espero que sepas que hay mucha gente de todas las generaciones que se siente orgullosa y agradecida de saber que tú eres uno de los encargados de darle forma al futuro.
Te envío un fuerte abrazo por todo el valor y la disposición que tienes y que se requiere para leer un libro como éste. También agradezco profundamente tu contribución para el planeta, sin importar de qué tipo haya sido, sin importar si tú la consideras muy valiosa o dulcemente sencilla. Gracias.
Y creo que el mundo también quiere darte las gracias por ser precisamente quien eres en este instante.
Cuídate mucho,
te envío todo mi cariño,
Alanis Morissette
Índice
Fuente: https://www.rerumnatura.es/espiritualidad/84768-conversaciones-con-dios-para-jovenes-9788403101999.htmlPrólogo 9
1. Por fin ¡respuestas! 15
2. La hora de la verdad 19
3. Los hacedores del cambio 27
4. Comienza el diálogo 31
5. Acerca de cómo es el mundo 41
6. La presión de ser adolescente 51
7. Elige lo que quieres ser 57
8. Lo que más desean los adolescentes 65
9. El sexo 77
10. Dios 93
11. El éxito 117
12. El amor 123
13. Las drogas 143
14. La escuela 147
15. Los padres 157
16. El futuro 169
17. El sufrimiento y la muerte 175
18. Otros misterios 199
19. Una última pregunta 223
Algunas palabras finales 231
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