Este Blog es especial, es en homenaje y honrando la memoria de mi amado hijo Adrián, mi amor puro y verdadero, mi Ángel de Amor y Luz❤ ❤ ❤ Mi hijo nació el 10 de Mayo de 1985❤ ❤ ❤ Hizo su transición el 3-12-2016.❤ ❤ ❤ Hijo mío amado, tú has sido el sentido de mi vida, por eso te voy a tener presente todos los días del resto de mi vida. ❤❤ ❤ Honrando la memoria de mi hijo: recordando su vida y su luz.❤ Perder a un hijo es una de las experiencias más dolorosas que una madre pueden enfrentar. Es un dolor desgarrador, que deja un vacío en el corazón que nunca se podrá llenar. Sin embargo, a pesar de esta gran pérdida, siempre habrá una forma de honrar su memoria y mantener vivo su legado.❤
Hijo amado, tengo tu nombre tatuado en mi corazón y Alma, tu voz grabada en mi mente, tu olor en mi memoria y tu sonrisa en mi recuerdo. ❤ ❤ ❤ Si la cicatriz es profunda es porque el amor fue y es inconmensurable. ❤ ❤ ❤ Seguir adelante es una empresa difícil cuando se perdió lo que llenaba todo de sentido. ❤❤ ❤ En cada acto de amor, está tu nombre. ❤❤ ❤ Hijo, te extraño, tanto...Mi Amor puro y verdadero. Eres amado siempre.❤❤ ❤

jueves, 8 de junio de 2017

El Oro del Perdón

Aprender a perdonarse y a perdonar son pasos esenciales en el camino del crecimiento personal y en la curación psico-espiritual. 
 Es preciso hacer especial hincapié en el perdón a uno mismo, condición indispensable para que se dé el perdón auténtico hacia otras personas o situaciones de nuestra vida. Así nos lo recuerda el sabio sufí Hasdai Ben  Ha-Melekh:  “Si alguien es cruel consigo mismo, ¿cómo se puede esperar de él compasión por los demás?”
 Concederse el autoperdón requiere una profunda toma de conciencia. Es un proceso que está hondamente vinculado a creencias de culpa y condena procedentes de mitos familiares y socioculturales, tatuados en la sombra personal y en el inconsciente colectivo. Ellos son el timón de muchos de los comportamientos hacia nosotros mismos y hacia lo que nos rodea. 
 Si el juicio, el castigo, la condena o la exigencia han sido elementos muy presentes en la vida de la persona en el período de formación de su estructura de personalidad, se fortalece en su interior un juez condenatorio que va a configurar su forma de relacionarse con el mundo y consigo mismo.
 La rumiación continuada de la culpa no necesariamente nos libera de ella.  Puede volverse un discurso interno neurótico al que retornamos una y otra vez y en el que nos vemos atrapados y fustigados por el censor interno. 
 Ese sentimiento de autocondena, muy arraigado en la tradición judeo-cristiana, llega a convertirse en un guión de vida, porque se plasma y se repite a lo largo de la existencia.
 La persona encerrada en su culpabilidad, “replegada sobre sí misma”, como dijo Kierkegaard, es similar a un disco rayado que recae una vez y otra, atormentada por el remordimiento. Si no se rompe ese círculo cerrado de autoacusación, se corre el riesgo de generalizarse la creencia de que “he hecho algo malo” a  “yo soy algo malo”. Esto llevado a sus extremos desemboca en patologías en las que no solo la psique se ve afectada, sino también el cuerpo  –alteraciones del sueño, del apetito… incluso enfermar cuando la carga psico-emocional negativa merma de manera significativa la paz interna.    
 La vivencia de la culpa arrastra pesadumbre, angustia, preocupación y pérdida del momento presente: la persona revive de forma reiterada el pasado, aprisionada por su propio pesar acerca de los errores cometidos. 
  
 La culpa es una poderosa herramienta que usa el ego para mantenernos anclados al pasado. Es una voz interior que se nutre de juicios e interpretaciones sobre las experiencias vividas,  un veneno que daña la autoestima y la autoconfianza. 
 En otras tradiciones, como por ejemplo el budismo, el concepto de culpa no tiene la misma significación ni ha calado tan hondo como en occidente. El reconocimiento y la integración de la realidad oscura de la persona, no alimenta el ideal autoexigente y perfeccionista y facilita el autoperdón. El aforismo budista anónimo refleja bellamente cómo se contempla la sombra y la luz en el ser humano: “Hasta una gota de agua sucia puede reflejar la luna”.
  En las enseñanzas budistas se da el paso del “yo engañado” al “yo despierto” y de este al “no yo”.  Se trata de salir de todo lo que sea encerramiento en uno mismo, lo que llevaría a la liberación del sufrimiento.
 Una vía de sanación: el perdón. Con él se restablece la paz.
 ¿Cómo hacerlo? Dirigir la luz de la conciencia hacia esos constructos mentales negativos. Observar cómo nos tiranizan. Desidentificarse de sus contenidos.  Perdonar al niño que llevamos dentro. No permitir que el pasado siga controlando el presente y el futuro.
Liberarse del dominio del crítico interno. Empezar a contemplar con generosidad los errores cometidos y hacerse responsable de ellos, aceptándolos  como parte del aprendizaje de ser persona. Es un largo y hermoso camino.

Iniciar el sendero del perdón es fluir con la vida. Es darle un latigazo al ego y no seguir alimentando los juicios, los ataques y las proyecciones. Es dejar de regar las semillas del miedo que eclipsan la irrupción del amor.
 Cuando somos capaces de perdonarnos soltamos un gran lastre. Nos reconocemos como seres merecedores de amor y perdón. Permitimos que emerja la compasión, se diluye la separatidad, posibilitándonos vivenciar la unidad con otros seres.  

Sólo entonces podemos realmente perdonar, desde el corazón, a nuestros semejantes.

Teca Barreiro, diciembre de 2010

http://www.maestroeckhart.org/content/el-oro-del-perd%C3%B3n

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