Aprender a perdonarse y a perdonar son pasos
esenciales en el camino del crecimiento personal y en la curación
psico-espiritual.
Es preciso hacer especial hincapié en el perdón a uno mismo, condición indispensable para que se dé el perdón auténtico hacia otras personas o situaciones de nuestra vida. Así nos lo recuerda el sabio sufí Hasdai Ben Ha-Melekh: “Si alguien es cruel consigo mismo, ¿cómo se puede esperar de él compasión por los demás?”
Es preciso hacer especial hincapié en el perdón a uno mismo, condición indispensable para que se dé el perdón auténtico hacia otras personas o situaciones de nuestra vida. Así nos lo recuerda el sabio sufí Hasdai Ben Ha-Melekh: “Si alguien es cruel consigo mismo, ¿cómo se puede esperar de él compasión por los demás?”
Concederse el autoperdón requiere una
profunda toma de conciencia. Es un proceso que está hondamente vinculado a
creencias de culpa y condena procedentes de mitos familiares y socioculturales,
tatuados en la sombra personal y en el inconsciente colectivo. Ellos son el
timón de muchos de los comportamientos hacia nosotros mismos y hacia lo que nos
rodea.
Si el juicio, el castigo, la condena o
la exigencia han sido elementos muy presentes en la vida de la persona en el
período de formación de su estructura de personalidad, se fortalece en su
interior un juez condenatorio que va a configurar su forma de relacionarse con
el mundo y consigo mismo.
La rumiación continuada de la culpa no
necesariamente nos libera de ella. Puede volverse un discurso interno
neurótico al que retornamos una y otra vez y en el que nos vemos atrapados y
fustigados por el censor interno.
Ese sentimiento de autocondena, muy
arraigado en la tradición judeo-cristiana, llega a convertirse en un guión de
vida, porque se plasma y se repite a lo largo de la existencia.
La persona encerrada en su culpabilidad,
“replegada sobre sí misma”, como dijo Kierkegaard, es similar a un disco rayado
que recae una vez y otra, atormentada por el remordimiento. Si no se rompe ese
círculo cerrado de autoacusación, se corre el riesgo de generalizarse la
creencia de que “he hecho algo malo” a “yo soy algo malo”. Esto llevado a
sus extremos desemboca en patologías en las que no solo la psique se ve
afectada, sino también el cuerpo –alteraciones del sueño, del apetito…
incluso enfermar cuando la carga psico-emocional negativa merma de manera
significativa la paz interna.
La vivencia de la culpa arrastra
pesadumbre, angustia, preocupación y pérdida del momento presente: la persona
revive de forma reiterada el pasado, aprisionada por su propio pesar acerca de
los errores cometidos.
La culpa es una poderosa herramienta que usa el ego para mantenernos anclados al pasado. Es una voz interior que se nutre de juicios e interpretaciones sobre las experiencias vividas, un veneno que daña la autoestima y la autoconfianza.
La culpa es una poderosa herramienta que usa el ego para mantenernos anclados al pasado. Es una voz interior que se nutre de juicios e interpretaciones sobre las experiencias vividas, un veneno que daña la autoestima y la autoconfianza.
En otras tradiciones, como por ejemplo
el budismo, el concepto de culpa no tiene la misma significación ni ha calado
tan hondo como en occidente. El reconocimiento y la integración de la realidad
oscura de la persona, no alimenta el ideal autoexigente y perfeccionista y
facilita el autoperdón. El aforismo budista anónimo refleja bellamente cómo se
contempla la sombra y la luz en el ser humano: “Hasta una gota de agua sucia
puede reflejar la luna”.
En las enseñanzas budistas se da el
paso del “yo engañado” al “yo despierto” y de este al “no yo”. Se trata
de salir de todo lo que sea encerramiento en uno mismo, lo que llevaría a la
liberación del sufrimiento.
Una vía de sanación: el perdón. Con él
se restablece la paz.
¿Cómo hacerlo? Dirigir la luz de la
conciencia hacia esos constructos mentales negativos. Observar cómo nos
tiranizan. Desidentificarse de sus contenidos. Perdonar al niño que
llevamos dentro. No permitir que el pasado siga controlando el presente y el
futuro.
Liberarse del dominio del crítico interno.
Empezar a contemplar con generosidad los errores cometidos y hacerse
responsable de ellos, aceptándolos como parte del aprendizaje de ser
persona. Es un largo y hermoso camino.
Iniciar el sendero del perdón es fluir con la vida. Es darle un latigazo al ego y no seguir alimentando los juicios, los ataques y las proyecciones. Es dejar de regar las semillas del miedo que eclipsan la irrupción del amor.
Iniciar el sendero del perdón es fluir con la vida. Es darle un latigazo al ego y no seguir alimentando los juicios, los ataques y las proyecciones. Es dejar de regar las semillas del miedo que eclipsan la irrupción del amor.
Cuando somos capaces de perdonarnos
soltamos un gran lastre. Nos reconocemos como seres merecedores de amor y
perdón. Permitimos que emerja la compasión, se diluye la separatidad,
posibilitándonos vivenciar la unidad con otros seres.
Sólo entonces podemos realmente perdonar, desde el corazón, a nuestros semejantes.
Sólo entonces podemos realmente perdonar, desde el corazón, a nuestros semejantes.
Teca
Barreiro, diciembre de 2010
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