Serie del perdón, 2º artículo [publicado en Universo Holístico]
En este segundo artículo de la serie del perdón, vamos a vernos las caras
con un virus que habita en la mente de todos los humanos. No se habla de él en
ningún medio de comunicación, en realidad, muy pocos saben que están enfermos
de este terrible virus, ya que en general, no se sabe mucho sobre las
cuestiones no palpables.
Hablamos de la culpa. Si, ya sé, no te gusta. Es precisamente este el último
tema al que tu mente quiere mirar. Pero verás que merece la pena saber un poco
más sobre este virus mental. Para empezar, es interesante que te des cuenta de
que el perdón solo tiene sentido cuando antes ha habido culpa. O alguien culpabiliza a otra persona, o
alguien se siente culpable. En cualquiera de estos casos hay un error
mental que produce como consecuencia ataque, conflicto, miedo, sufrimiento y
separación.
Uno de los
significados más profundos del perdón es la disolución de la culpa, lo cual
implica la corrección de este error mental. Si te das cuenta, la auténtica
sanación solo puede darse en la mente, ya
que es ahí donde radica la verdadera causa de todo sufrimiento.
Hoy día, en el campo terapéutico hablamos mucho de
“programas” o “guiones” mentales. El desarrollo
de la informática ha permitido que nos familiaricemos con estos conceptos y ver
claramente que nuestra mente funciona también así.
El personaje es
la parte de tu mente sometida a los programas. Está tan fuertemente
condicionado por su pasado y sus interpretaciones de la realidad, que muchas
veces, al vernos totalmente metidos en ese personaje que interpretamos, nos da
la impresión de que es imposible escapar de la película que se rueda en la propia mente. Es por
esto, que hoy día se contempla el crecimiento humano como una verdadera
liberación de la mente, la desprogramación de todos los patrones que limitan
nuestra libertad. El más importante de
estos patrones, debido a las ramificaciones de dolor que produce, es la culpa.
Error, sufrimiento y culpa
Pongamos por
ejemplo, que has hecho algo de lo que te consideras culpable. Este es el nivel
más sencillo de culpabilidad. A este nivel es muy difícil que alguien se dé
cuenta de cómo opera el virus mental. Uno dice “lo que he hecho ha estado mal,
y por eso me siento culpable”. Y ya está. Está tan socializado que nadie
encuentra nada raro en ello. Normalmente, al “hacer algo mal” lo llamamos
error, y se caracteriza porque produce algún tipo de sufrimiento, molestia,
carencia u ofensa a alguien. Por lo tanto ya tenemos entrelazados los conceptos
de error-sufrimiento-culpa.
Pero sin
embargo, ha habido una variación importantísima de conciencia en la percepción
de la situación entre el momento del suceso [“el error”] y el momento en que te
sientes culpable. Cuando hiciste lo que
ahora te parece un error, en ese mismo momento, no te pareció un error. Todos
tus programas mentales, tu sentir de ese momento –consecuencia de tu
modelo mental-, tus miedos y deseos, tu personaje eligió hacer lo que hizo
desde su interpretación del momento. Y no encontraste nada mejor que hacer, ya
sea porque no viste correctamente la dimensión del asunto, ya sea porque no
estabas bien informado, porque seguías un consejo o una orden desacertada, o
simplemente porque tenías miedo o deseabas algo con ansiedad... No
pudiste hacer otra cosa, porque no la hiciste.
Puede ser que
fuera el miedo el que te impulsase a hacerlo, o bien la falta de información,
el desconocimiento o la inexperiencia, cualquiera de los habituales
aprisionamientos mentales. Todo ello son formas de inconsciencia, con lo que
llegamos a una conclusión clara: el error
sucede siempre debido a la inconsciencia. De modo que en el momento de la
acción no podías hacer otra cosa más que la que hiciste. Si no veías, es decir,
si no eras consciente, ni siquiera tenías la libertad de elegir.
Todo error es producto de la inconsciencia. Sin
conciencia no hay libertad.
En este punto
podemos observar los argumentos de la culpa: “Debiste haber pensado mas en
ello” “Debiste haber calculado las consecuencias” “Debiste haber mirado el
asunto desde otros puntos de vista”. Es decir, la culpa dice que, cuando no
eras consciente, debiste “haber sido consciente”. Y por tanto, te hace sentir
que eres incorrecto o erróneo, que eres malo. El ego, mediante su programa
culpa, juega con el tiempo. Antepone lo que ahora ves a lo que antes no veía, y
dice, “Lo has hecho mal. Deberías haberlo hecho bien. Por eso eres "malo”.
Por supuesto, no
puedes sujetar a una persona por las solapas y decirle “hazte consciente”
mientras le zarandeas. La consciencia surge desde tu darte cuenta, que es un
gesto de apertura mental de índole personal y profunda trascendencia. No
sabemos exactamente por qué ni cuando ocurre. Cuando lo ves, lo ves. Esta fuera
de lo razonable “exigir” consciencia de algo a alguien. No se puede exigir que
veas lo que no ves. La culpa es un virus mental generado por el mismísimo
sistema de pensamiento del ego.
Exactamente en
este punto, el patrón de la culpa te hace sentir terriblemente mal. La culpa te
dice que no es que el suceso haya sido un error y ya está, sino que hay algo en
ti que es permanente y esencialmente malo. Esta sensación de verse a sí mismo
como algo malo o sucio es tan insoportable, que el mismo programa del ego o del
personaje, elabora salidas que parecen ayudarte.
Cuando vemos a
un niño que está aprendiendo a andar, le miramos con una percepción de
inocencia. Esto significa, que aunque el niño se caiga hasta 1.800 veces antes
de dominar su caminar, en ninguna de esas caídas le consideramos “malo”. Nunca
le decimos “déjalo, chaval, no sirves para esto, no tienes solución”. Todo lo
contrario, sabemos que tras ese penoso esfuerzo todos aprendemos a andar,
asumimos que el error es parte del proceso de aprendizaje, y por ello, nunca
culpabilizamos a un niño por cometer un error. Siempre percibimos el éxito
potencial más allá del error presente.
Sin embargo, a
cualquier persona que esté cerca de nosotros, por mucho que la queramos,
acabaremos culpabilizándola de cualquier cosa que nos duela, que nos ofenda, en
definitiva, que interpretemos como un error [recuerda la relación que hace tu
mente: error – dolor – culpa]. Cuando sentimos el dolor, tu ego automáticamente
te dará la orden de proyectar su causa afuera.
Proyección de la culpa
Imagina que te
encuentras realizando un trabajo casero, tal como por ejemplo, tender una
colada. La cosa no es lo más divertido del mundo, y de repente se desencadena
algo en tu mente que no te hace sentir muy bien. Sientes que tú no deberías
estar haciendo esto, de algún modo se trata de una leve irritación o mejor
dicho, una resistencia a lo que estás haciendo. Percibes que sufres, aunque sea
muy levemente. Algo en ti sabe que si hay sufrimiento hay error. Inmediatamente
y sin darte cuenta, buscas al culpable.
Entonces nace
una idea en tu mente. “Este trabajo debería estar haciéndolo mi marido, porque
él nunca hace nada por la casa”. Ya está. Algo en ti cree en esta idea, y a
partir de ahí se genera aún más dolor. No solo sufres por el hecho de
resistirte a hacer el trabajo, sino que además te sientes atacada. Este nuevo
pensamiento justifica el que empieces a elaborar tus propios pensamientos de
ataque hacia tu marido. ¡Necesitas defenderte para poder hacer algo con
respecto a tu sufrimiento! ¡Esto hay que arreglarlo! En poco tiempo te
encuentras odiándolo, y la culpa se hará reproche. La guerra está servida. Tu
marido buscará los modos de defenderse para no sentirse erróneo ante tus
ataques.
Lo que aquí ha
ocurrido es un proceso llamado proyección de la culpa. Existe un patrón
instalado en el sistema operativo de nuestro ego, que se dispara a la menor
señal de sufrimiento y nos induce a buscar la causa ahí fuera. Entonces
proyectamos nuestra energía negativa contra esa causa externa, para de ese modo
intentar solucionar nuestro pesar. De este modo generamos todo tipo de ataques
mentales como el que he descrito.
Estos ataques
mentales, convenientemente repetidos y con una constante inversión emocional,
producen de hecho todos los conflictos, todas las luchas, todas las guerras que
la humanidad vive. De los ataques mentales surgen los maltratos emocionales y
como consecuencia los maltratos físicos. Después, solo falta esperar la cadena
de venganza.
La culpa da sentido al ataque
El proceso muy
rara vez es descubierto por la consciencia: la culpa ha operado sin ser vista,
ha producido una guerra grande o pequeña al viejo estilo de los servicios
secretos internacionales como la CIA.
Siguiendo con
el ejemplo de la colada, la persona que repentinamente experimenta resistencia
al trabajo que está realizando, ha perdido la presencia, la aceptación de su
circunstancia presente. Esa resistencia psicológica al momento, estrictamente
interna, es la causa verdadera e inatendida del sufrimiento. La resistencia, a
su vez, ha surgido del dolor psicológico inconsciente.
Si deseas ser
responsable de tu dolor, y no estás agusto con lo que haces, o cambias tu
percepción, o bien dejas de hacerlo. Sin embargo, con la mente bien entrenada
desde muy pequeños en la culpa, la reacción que surge ante el dolor es buscar
al culpable ahí fuera. Así podremos “hacer algo”: atacar.
En otras palabras, todo el sufrimiento que experimentas procede del interior de
tu mente. Un guión de culpabilización te impulsará a atacar mentalmente a
personas o circunstancias externas con el fin de librarte de tu propio dolor. Y
aunque esto nunca haya funcionado para sanar el dolor, sino que precisamente ha
producido una cadena constante de conflictos, ataque, defensa y sufrimiento, el
programa sigue vigente en la mente humana gracias a permanecer inobservado. La
culpa es el agente secreto del ego.
El perdón es la
sanación de la culpa, y comienza por darnos cuenta de que realmente, la misma
idea de la culpa es una locura. A partir de ahí, el trabajo pasa por hacernos
conscientes de nuestro dolor inconsciente según surge, y resolverlo
responsablemente con herramientas liberadoras en lugar de dejarnos llevar por
el programa estándar de culpabilización y ataque que nos sume en el victimismo.
Ahora viene lo
más impresionante de todo. ¿Sabes de donde procede el dolor inconsciente?
Agárrate bien. Se trata de culpa inconsciente. Un ancestral sentimiento de ser
erróneo, una identificación subconsciente con el error.
La culpa tiene
dos variantes, la culpa consciente, que ya hemos visto cuando yo me siento mal
por haber cometido un error o bien cuando atribuyo el error a algo externo, y
la culpa inconsciente. Ambos son errores mentales, pero a niveles muy
distintos.
La culpa
inconsciente es de índole colectiva, ya que el inconsciente es colectivo como
tan bien supo describir al mundo el genial Jung. La culpa afecta a toda la
humanidad, y produce un sentimiento profundo y muy escondido de ser erróneo,
inadecuado, incorrecto. En occidente fue llamado “pecado original” y desde la
misma mente inconsciente, produjo toda la simbología de la expulsión del
paraíso. ¡Imagínate! ¡Ser tan malos que hasta Dios, que se supone que es amor,
nos echa de su casa! Lejos de significar nada verdadero, este mito refleja una
profunda sensación de ser incorrectos, malos, inadecuados, como un “mal hijo”.
En oriente la culpa inconsciente ha tomado otra forma más sofisticada: se ha
llamado karma, e implica una cadena de causa y consecuencia que te aprisiona en
la rueda de la reencarnación. Finalmente también se trata de un sentimiento de
culpa, de identificación con el error, que te lleva de un modo a otro a
manifestar sufrimiento, carencia, vulnerabilidad, lo que de nuevo te lleva al
error, y por tanto, de vuelta a la culpa.
¡Existen seis
mil millones de almas que se sienten erróneas recreando inconscientemente y
cada día un mundo de culpa! Ahora puedes entender el valor global del trabajo
con el perdón. Realmente, el trabajo con el perdón es tan profundo que sana a
la mente colectiva.
Cuando la culpa
se manifiesta en la vida, ocurren sucesos en los que uno se llega a sentir muy
mal al verse a sí mismo identificado con el error, con lo malo o con lo sucio.
Puede ser que se manifieste como una angustiosa depresión, o también puede que
aflore como un sencillo malestar mientras hacemos la colada.
En cualquiera de los casos, la culpa es el origen del sufrimiento, y el sistema
como nuestro ego pretende gestionarla, proyectándola al exterior, es el modo
perfecto mediante el cual el ataque, el miedo y sufrimiento se convierte en el
modo habitual de relacionarnos entre los humanos.
Ni tu ni nadie
es algo “malo” o “inadecuado”. ¡Somos Vida pura! Sin embargo, todos colaboramos
al recrear sufrimiento en nuestro entorno porque constantemente nos estamos
proyectando unos a otros la idea “eres malo” mediante el mecanismo de la culpa.
¿Cómo vamos a llegar a experimentar lo que realmente somos si seguimos
sometidos a semejante programa?
El perdón es el proceso interno y personal que sitúa toda tu atención en lo
importante: deshacer la culpa para encontrar la verdadera paz interna y la
liberación de tu mente. Es un proceso de ampliación de la consciencia que te
permite mirar los modos en los que la culpa opera en ti, para así poder ver que
en realidad, la culpa es locura, nunca ha existido en realidad. Al desaparecer
ese virus de tu mente, verás y sentirás qué es lo que tú y cada ser humano es realmente.
Jorge Lomar
info@jorgelomar.com
Escritor, facilitador y terapeuta. Co-fundador de la Escuela del Perdón.
www.escueladelperdon.org - Tel.: 912979871